¡Desperta, Feijóo!

Distintas voces claman contra Feijóo ante una considerada como sustancial pasividad gallega, ya atribuida en su momento a Rajoy, disculpada por un supuesto magistral dominio de los tiempos

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo

El presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, clausura la Conferencia Política del PP de Islas Baleares junto a la presidenta regional, Marga Prohens. EFE/Cati Cladera

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¡Desperta Ferro! era el grito de guerra que bramaban los almogávares, aquellos recios soldados de la infantería mercenaria de la Corona de Aragón, en un ya muy lejano siglo XIV, antes de entrar en combate. En realidad, tal efusión sonora emitida para infundir el pánico entre sus enemigos, se completaba, al modo cinematográfico de sus antecesores espartanos, con un “Aur, Aur, Desperta, ferro”, es decir, “Escucha, escucha, Despierta, hierro”. Su líder fue el carismático Roger de Flor, gloria de los tercios italianos, quien los dotó de una indumentaria y un armamento que acentuaban una ruda y montaraz imagen de fiereza, terrible marchamo de un ejército indisciplinado pero tan eficaz como sanguinario en la contienda.

Defensa en zona

Con la que está cayendo, distintas voces claman contra Feijóo ante una considerada como sustancial pasividad gallega, ya atribuida en su momento a Rajoy, disculpada por un supuesto magistral dominio de los tiempos; había quien decía que más bien se podría atribuir a una indolencia post Marca. Ante la avalancha de traspieses (¡Uy, que fallo, a la ministra Alegría que voy!) de un gobierno acastillado ya en el desconcierto, propio y ajeno, el líder nacional del PP lo resuelve todo con monacales lecturas públicas más propias de un refectorio cisterciense, al hilo con los genoveses maitines populares.

La política no deja de ser un juego que nos inventamos los seres humanos para animar nuestra incomprensible existencia en la faz de la tierra. Pero, como todo juego, tiene sus reglas, en muchos casos, asemejadas a cualquier deporte competitivo; eso sí, deporte de equipo y con exigencia de sudoración compartida.

La política no deja de ser un juego que nos inventamos los seres humanos para animar nuestra incomprensible existencia en la faz de la tierra

No hay más que recurrir a su biografía personal para saber a qué juega Pedro Sánchez y el deporte no es otro que el baloncesto, ejercitado en la cancha de su añorado madrileño Instituto Ramiro de Maeztu. Uno de sus entrenadores fue Pepu Hernández, a quién, en un remedo de Alejandro, eso sí, el Magno, premió con territorio propio haciéndolo candidato a la alcaldía de Madrid por el PSOE; en vano.

Pues bien, las reglas del baloncesto le son ajenas a Feijóo, quien más bien parece un consumado jugador de dominó, quizás vestigio de un pasado marcado por eximios jugadores dominadores de la blanca doble. Cuando Sánchez presenta una defensa en zona, véase actualmente con una silente defensa del “si es si”, pues va Feijóo y pone ficha, mientras el hábil baloncestista amaga, finta y cual Jordan de Tetuán, se calza un triple desde la línea de tres. Mira a la grada, se pone la mano en el corazón donde el escudo y viva España. A todo esto, en el campeonato europeo, por supuesto, nada de territorio nacional que solo se habla en castellano.

Eso sí, debajo del aro, no hay perdón. El baloncesto parece un juego elegante y de poco contacto. ¡Que va!, se zurran pero bien, bien, pero, que no se note. Cinco faltas por partido antes de que te puedan echar. Pues oye, que solo lleva tres y queda un cuarto. Por cierto, y perdón por el ejemplo poco edificante, no sabemos si la ministra de igualdad lo sabe, pero en el baloncesto hay violaciones, por dobles, por pasos, de tres segundos, por campo atrás, incluso hay tiempos muertos. Hasta cinco.

Jugar hasta el cierre

Por contra, el dominó es juego de mesa; no se suda, no hay contacto físico, todo son miradas, gestos y, sobre todo, un efectista y sonoro ímpetu contra la mesa; no en vano es un juego de origen chino, que es lo que ahora está más de moda. Debe su nombre a una capucha negra por fuera y blanca por dentro que usaban ¡como no!, los curas en invierno. ¡Si es que…!

Se juega con fichas, 28 piezas en concreto y es para pares o cuartetos, no valen los tríos; sobraba Casado. Todo muy doméstico, cercano, pero sin contacto. Durante el juego, con pocas sorpresas, paso a paso, se comienza colocando primero siete fichas de pie, ocultas a la vista del otro (¡u otra!) jugador o de la pareja oponente para después ir poniéndolas sobre la mesa, poco a poco.

Mientras Sánchez juega con ritmo y en equipo, Feijóo calcula cada jugada y mueve ficha estratégicamente

Paso a paso, el león de Os Peares, va poniendo ficha a ficha y cuando está a punto de “cerrar”, cae una pelota de baloncesto sobre la mesa y se acaba la partida; o peor, la oponente le pega una patada a la mesa y las fichas salen por el aire. Está claro, mientras Sánchez juega con ritmo y en equipo, Feijóo calcula cada jugada y mueve ficha estratégicamente. Sobaco contra entrecejo.

Los almogávares siempre combatían en grupo, protegiéndose los unos a los otros; eso sí, no hacían prisioneros, jactándose de que su arma, el chuzo, estaba siempre más dentro del cuerpo del enemigo que fuera. Muerto por traición Roger de Flor en Adrianópolis, sus rudos almogávares al mando de su segundo, Berenguer de Entenza, por desquite arrasaron Tracia y Macedonia. Aquello dio en llamarse “la Venganza Catalana”. Como recuerdo, en los países bálticos, para asustar a los niños, se les anuncia la visita de Katalan, un guerrero-gigante sediento de sangre. ¡Si es que… todo se repite!

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