El independentismo fulmina a la derecha catalanista tras 30 años de hegemonía

Tras la debacle del Pdecat en las pasadas elecciones autonómicas, los partidos herederos de CDC siguen buscando la fórmula para resucitar el espacio, todavía sin demasiado éxito

El expresidente catalán, Artur Mas, en un acto de campaña del Pdecat / EFE

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Ni rastro de la herencia de Jordi Pujol, ni de su partido. Convergència Democràtica de Catalunya –la mayoría del tiempo, bajo el paraguas de CiU– lo fue todo en la Cataluña autonómica. Gobernó la Generalitat durante 30 años y su influencia en Madrid marcó el paso a gobiernos del PSOE y PP, a cambio de traspasos de competencias, gestión y financiación.

Hoy de todo aquello no queda nada. Ninguno de los partidos que se sientan en los escaños del Parlament reivindican ese espacio. Junts per Catalunya, cuyo líder fue alcalde de Girona por CiU y nació sobre las ruinas del histórico partido fundado por Pujol, no quiere saber nada de su padre: ni en el legado político, ni tampoco en el ámbito legal.

La eclosión del procés independentista, el caso Palau y la corrupción que acecha a la familia de Jordi Pujol fueron la mezcla perfecta que provocaron la destrucción de la formación nacionalista. Un partido que intentó pasar página fundando el Pdecat, que Puigdemont ensombreció hasta que se dio de baja y, por la espalda, consiguió hacerse con el nombre de Junts.

Tampoco ERC quiere saber nada de CDC, su histórico enemigo en las últimas décadas donde los republicanos fueron carne de cañón para el soberanismo. Ni siquiera, pese a su giro moderado y los intentos acomplejados de deshacerse del relato impuesto por sus compañeros de Govern desde el 1-O.

Los fracasos electorales de Unió y el Pdecat

El espacio busca la forma de recomponerse, aunque con escaso éxito. Tras la ruptura de CiU, Unió Democràtica intentó abanderar una alternativa de centro, con postulados moderados respecto a la hoja de ruta de Junts pel Sí –la coalición de ERC y CDC–, que consiguió 100.000 votos, que no fueron suficientes para entrar en el Parlament.

Un espacio que algunos insisten en reivindicar que existe. El Pdecat, ya en solitario, se presentó a las elecciones con una vuelta a los orígenes, una forma de hacer política más típicamente convergent. «Rompimos demasiado tarde y tuvimos demasiado poco tiempo para marcar discurso propio», explican fuentes de la formación heredera de CDC.

El partido se quedó a las puertas de entrar en el Parlament de Cataluña. La formación, liderada por Àngels Chacón, rascó un total de 77.059 votos el pasado 14 de febrero, un 2,72% de los sufragios. Pese al poco tiempo que tuvieron, no consiguieron entrar en ninguna de las 4 circunscripciones electorales a no conseguir pasar la barrera del 3%.

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol, en un acto de campaña de Convergència i Unió / CiU

Aunque hay quien busca la manera para encontrar la fórmula ganadora que les haga resurgir. En los últimos años, han aparecido pequeños partidos con escaso éxito electoral, como Convergents, de Germà Gordó; la Lliga Democràtica, de Ástrid Barrio y Mon Bosch; o el Partit Nacionalista Català de Marta Pascal.

«La lección del 14-F es que separados no hacemos nada y que si queremos sacar mejores resultados lo tenemos que hacer juntos», explica el diputado del Pdecat en el Congreso, Sergi Miquel. El parlamentario posconvergente ve en las municipales el punto de inicio de la reconstrucción del espacio: «Se tiene que generar algo interesante, sobre todo en Barcelona capital».

Uno de los problemas que tiene la confluencia es encontrar un discurso nítido sobre su posición en dos ejes: el referéndum y la independencia de Cataluña. También, sobre cómo se construye un relato que reivindique a un pujolismo sin Jordi Pujol, de la misma forma que la derecha francesa abandera un gaullismo sin De Gaulle.

Las disparidades en estos posicionamientos entre socios son notables, el Pdecat se define como un partido independentista pragmático, mientras la Lliga Democràtica rechaza el referéndum y la independencia. «Si tenemos que buscar agrupar a más gente, no lo podemos hacer con la misma estrategia», se limita a comentar Miquel.

Otro intento de resucitar la esencia de CiU

Todos ellos están en negociaciones. Según explican desde la formación posconvergente a ED, el resultado de esta nueva fusión –si llega a ser fructífera y cuenta finalmente con el Pdecat– verá la luz este otoño, con vista a las municipales del año 2023, última moneda al aire que decidirá el destino del partido heredero de CDC.

Descartada la coalición a nivel general con Junts, la batalla se juega en muchos municipios, aunque tienen el convencimiento de que «alcaldes tendremos». Aunque no descartan acuerdos a nivel local para evitar la división de las listas, desde el Pdecat señalan que la obsesión de Jordi Sànchez es «destruirles», incluso si eso les hace perder alcaldías.

«Lo que no se tiene que hacer es que esta nueva etapa sea un cambio de nombre y ya está. Tiene que ser alguna cosa más para dar una sensación de crecimiento a más sitios», explica Miquel. El diputado posconvergente asegura que una simple marca nueva estaría «repitiendo la operación de 2016 con Convergència», que acabaría como un «fracaso».

El heredero de CDC exhibió músculo en su Jornada Municipalista del pasado 18 de septiembre en Mollerusa (Lleida). El Pdecat todavía cuenta con un centenar de alcaldes, algunos de ellos de ciudades medianas: Xavier Follosa, Martorell (Barcelona); Montserrat Candini, Calella (Barcelona); Meritxell Roigé, Tortosa (Tarragona); o Marc Castells, Igualada (Barcelona).

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Sergi Ill

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