Rusia en Soria y el Salvaje Oeste en Almería o cómo recorrer España a través del cine y las series

El libro Un país en la pantalla recorre España a través de los escenarios de rodaje de las principales producciones audiovisuales y, a la vez, trazar un mapa sentimental del país

Cementerio de Sad Hill en la película ‘El bueno, el feo y el malo’. Foto: Turismo de Burgos.

Hay muchas formas de recorrer un país: por carreteras secundarias, buscando escenarios para ver estrellas, conociendo bodegas, en bicicleta… o dejando que las películas nos guíen. En Un país en la pantalla (GeoPlaneta, 2025), la periodista y escritora Raquel Piñeiro propone precisamente eso: un viaje por España a través de los escenarios donde se han rodado algunas de las producciones más emblemáticas de nuestra historia audiovisual.

A partir de la referencia de José Antonio Labordeta y su mítica serie Un país en la mochila, a la que homenajea en el título de su obra, Piñeiro bucea en el territorio cambiando los caminos por fotogramas y rodajes.

La serie Verano Azul dejó para siempre Nerja en el imaginario colectivo. Foto: TVE.

La obra no es un mapa de localizaciones ni un índice de películas -aunque también lo incluye-, sino una sucesión de historias, anécdotas y lugares que van más allá del simple decorado y donde se mezclan memoria, paisaje y cultura popular.

Un itinerario que descubre que las localizaciones no son simples decorados: son lugares donde se mezcla memoria, paisaje y cultura popular.

En forma de ensayo, Un país en la pantalla es más bien una invitación a mirar España, la de ahora y la de hace décadas, a través de las cámaras que la han retratado o, como también se dice, inventado.

España, gran plató internacional

Hay constancia de España como plató internacional ya desde los años treinta y con rodajes realmente insólitos. En el capítulo ‘¿Qué hace una peli como tú en un país como este?’ se explica cómo la localidad granadina de Loja aparece en el clásico de los hermanos Marx de 1933 Sopa de ganso transformada en el reino de Sylvania. Son apenas dos segundos y no hay teoría que explique cómo un estudio de Hollywood se fijó en este pueblo, pero lo cierto es que, además de un mirador de Sylvania con la silueta de los hermanos Marx en el pueblo, gracias a este cameo, Loja es parte de la historia del cine.

Por una carambola similar San Sebastián aparece en la película Desire (Deseo) de 1936 con Marlene Dietrich y Gary Cooper, aunque ninguno de los flamantes actores pisó el País Vasco para la cinta y, desde entonces fueron muchas las películas rodadas en España que, bajo el régimen franquista, vio en el cine un filón para vender una nueva imagen del país ante los ojos del mundo.

En los años cincuenta, Hollywood desembarcó a lo grande en España con superproducciones que, en este caso sí, traían al país a estrellas de la talla de Ava Gardner, Charlton Heston u Orson Welles, y con ellos títulos como El Cid o Doctor Zhivago. Fue el momento en el que, como recuerda la autora, “las estrellas extranjeras no solo venían: parecía que se quedaban a vivir”.

La playa de Mónsul (Almería) en la escena crucial de ‘Indiana Jones y la última cruzada’.

A partir de ahí, el mapa de las ficciones se despliega. En Almería, el desierto de Tabernas se convirtió en el salvaje Oeste; en Soria se recreó la Rusia de los zares; en Cádiz, la Habana colonial. Una geografía insólita que demuestra que, en España, casi cualquier paisaje puede transformarse en otro sin perder su identidad.

Itinerarios que siguen a las películas

El libro recorre muchas localizaciones que hoy son destinos turísticos consolidados. En Nerja, por ejemplo, el eco de Verano azul sigue vivo en la memoria de varias generaciones. En la playa del Mónsul, en Almería, los viajeros todavía buscan el lugar exacto donde Sean Connery derribó una avioneta nazi con la ayuda de un paraguas y decenas de pájaros en Indiana Jones y la última cruzada. Y en Madrid, las rutas almodovarianas continúan señalando bares, portales y esquinas que definieron la ciudad más divertida —y delirante— de los años ochenta y noventa.

Western Leone, escenario de rodajes en el desierto de Tabernas. Foto: Turismo de Almería.

El relato de Piñeiro no se queda en la mera descripción de localizaciones y rodajes sino que ahonda en cómo esas imágenes influyen en la manera en que percibimos los lugares: los pueblos convertidos en parques temáticos gracias a las películas, las playas que se abrieron al turismo tras un rodaje, o las barriadas que el cine quinqui convirtió en símbolos de una época convulsa.

Otro retrato de España

El libro aborda también cómo las localizaciones permiten leer la historia de España casi como si fuera un palimpsesto audiovisual. El campo se muestra como un escenario cargado de simbolismo -del drama rural clásico de Los chicos de la escuela a la sensibilidad contemporánea de Alcarràs-.

Las ciudades, en cambio, se vuelven espejos del cambio social: del desarrollismo turístico a los barrios populares congelados en las españoladas del franquismo.

La propia historia, de la Antigüedad al momento actual pasando por la Transición, las tragedias de la crisis del ladrillo de 2008 o la epidemia de Covid-19, se ha contado de mil y una formas -por supuesto, también tendenciosas e interesadas- en el cine y las series. A la vez que sucesos más o menos reales, estos documentos nos permiten asomarnos a muchos otros ámbitos del pasado, desde el urbanismo al paisaje, la política o la forma de vestir. Valga como ejemplo (entre cientos) el Ministerio del Tiempo.

La Plaza Mayor de Madrid en ‘La flor de mi secreto’. Foto: El Deseo.

Otros capítulos miran hacia las adaptaciones literarias, las historias de crímenes -reales o ficticias-, las películas de culto y superproducciones hechas para las plataformas de streaming (como Juego de Tronos, que rubricó un auténtico idilio con nuestro país) que han convertido rincones desconocidos en lugares de peregrinación cinéfila.

Un libro para viajar

No es un libro de cine ni un recopilatorio de localizaciones pero Un país en la pantalla puede funcionar, a su manera, como guía de viajes. Una que no identifica monumentos, sino huellas invisibles porque aprender a mirar un país a través de sus películas es, según Piñeiro, otra forma de conocerlo: con humor, con distancia crítica y con la curiosidad de quien sabe que detrás de cada plano hay una historia que contar.

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