El rincón de Francia inspirado en los bosques y lagos de Finlandia

Un sector del macizo de los Vosgos, en el Franco Condado, es conocido como ‘La meseta de los mil lagos’. Aunque sean un poco menos, hay que descubrir esta hermosa región de bosques, abadías y pueblos que viven del cultivo de la cereza

Paisaje otoñal en los 1000 lagos. Foto Lauter Gold – CC

Con poca originalidad a esta región del Franco Condado (Alto Saona), en el extremo noreste de Francia, se la conoce como la ‘Pequeña Finlandia’. Más justo es presentarla por su nombre oficial, ‘La meseta de los 1.000 lagos’, que aunque no llegue a ese número, sí es una descripción más precisa de paisaje que se encontrará el visitante.

Estamos en el macizo de los Vosgos, donde las formaciones lacustres reflejan la gama cromática de los bosques, desde el verde de los helechos y arbustos al blanco de los abedules, pasando por el marrón de la cabaña de los pescadores y, en pocas semanas, el rojizo y ocre que teñirá el paisaje.

Por ello, dicen en guías como la de 52 Escapadas por la Naturaleza (Trotamundos Routard) que la época recomendada para conocerla es en otoño.

Lástima que los lagos sean privados

Estos lagos se crearon en el Cuaternario tras las glaciaciones, y fue aprovechado por los monjes de las abadías medievales para criar peces.

Aunque se puede pasar por los lagos en los circuitos de senderismo cabe recordar que son de propiedad privada, y está prohibido bañarse en ellos

Lago de Arfin, el más grande. Foto Les 1000 Etangs

Cabe aclarar que la gran mayoría de los lagos son privados, pero si uno se quiere sacar el gusto de darse un chapuzón tiene que ir al de la Grand Chaussée, que es de propiedad municipal y donde también se autoriza la pesca deportiva.

Ruta por los pueblos

Una de las rutas sugeridas tiene su punto de partida en el pueblo francés de Faucogney, que conserva su encanto y fue nombrado Petite Cité de caractère.

Desde allí parte un sendero que tras atravesar los bosques acerca a la iglesia de Saint-Martin, una de las más antiguas de la comarca. Le sigue Esmoulières, típico pueblo de meseta con sus casas desperdigadas entre los lagos, y Beulotte-Saint-Laurent, que tiene un aire irlandés y vigila el valle desde un cerro a 600 metros de altura en un sector de turberas.

El otoño es la época más recomendada para visitar la comarca. Foto Lauter Gold – CC

Caminata por los lagos

Servance es una villa que creció por la potente industria de los Vosgos, y sus mayores atractivos están en los alrededores. Se puede realizar un sendero de cuatro horas por los lagos de Grilloux, que pasa por la bonita cascada de Ognon y llegar hasta Écromagny, un pequeño pueblo rodeado de agua con su llamativa iglesia de arenisca roja.

Durante el camino quizás el viajero tenga curiosidad por unas cabañas aisladas dispersas cerca de Fougerolles. Son los chalots, donde los granjeros guardaban sus pertenencias más valiosas para ponerlas a salvo en caso de incendio.

Propuestas de excursiones

En esta comarca hay unos 30 recorridos breves por los pueblos, granjas y lagos, y un poco más extenso es el Circuito de los Lagos, que se puede hacer en poco más de dos horas.

El otoño es la época más recomendada para visitar la comarca. Foto Lauter Gold – CC

En bicicleta la Dirección de Turismo propone tres rutas circulares de 24 a 62 km, algunas más relajadas ya que van por terreno llano de la meseta y otras para expertos porque desafían a los macizos de los Vosgos.

Turberas

Otro de los recorridos que marcan la diferencia en esta zona es el circuito de dos horas por la turbera de la Grand Pile, cerca de Saint-Germain.

Con casi 60 hectáreas es una de las más grandes de Europa, pero como es un terreno en permanente descomposición de restos vegetales hay que caminar por el sendero de madera.

Arándanos y otros frutos en el mercado de Faucogney. Foto Les 1000 etangs

La turbera de Grand Pile es una de las más grandes de Europa. Este terreno en permanente descomposición de elementos vegetales es un valioso ecosistema para la ciencia

Apartarse pone en peligro el ecosistema y se puede pasar algún apuro por la inestabilidad del terreno.

Recuerdos de la vida rural

Para conocer la vida rural de antaño se puede visitar el ecomuseo en Chateau-Lambert, montado en una antigua granja.

En diferentes cabañas se explica cómo era la vida y el trabajo de los leñadores, conductores de trineos, fabricantes de zuecos, aserradores y otros oficios relacionados con la industria forestal.

Museo de la montaña de Chateau-Lambert. Foto M. Paygna – Les 1000 Etangs

Allí se reconstruyó un aserradero de montaña y una exposición permite ver la importancia de las minas de cobre, que estuvieron activas hasta la Segunda Guerra.

La capital de las cerezas

Esta región es una importante productora de cerezas. Su meca es el pueblo de Fougerolles, que también se presenta como la capital del kirsch, licor elaborado con este fruto rojo.

La producción de cerezas data del siglo XVII y un siglo más tarde ya se fabricaba esa bebida, que en su momento cumbre era destilada por 50 compañías.

Actualmente existe la mitad de árboles que un par de siglos atrás y un puñado de destiladores, como la de Paul Devoille, abierto en 1859.

Además de probar las exquisitas cerezas locales se puede conocer su historia en el ecomuseo Pays de la Cerise.

Variedades de cerezas. Foto Turismo del Franco-Condado

Siglos atrás había más de 60.000 cerezos cerca de Fougerolles. Ahora quedan un poco más de la mitad

En ese pueblo hay que probar las griottines, cerezas silvestres más pequeñas que las habituales maceradas con un jarabe a base de kirsch, que se sirven con helado de vainilla.

Fuera de esos frutos, aquí es típico el gandeuillot, un embutido de carne y tripas de cerdo, que recuerda a una longaniza. Y sin olvidar sus quesos y otros productos de las granjas cercanas.

Porque después de tanto caminar, siempre llega el hambre.

a.
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