Jacqueline, el último grito de la sofisticación de cócteles y champagnes

El restaurante Jacqueline, en el Eixample de Barcelona, presenta su última experiencia: un Champagne Bar disfrazado de ambiente clandestino donde se elaboran cócteles de una complejidad única

La opulenta decoración del Champagne Bar. Foto Jacqueline

“Mucha gente se piensa que es un hotel”, bromea Cristóbal Srokowski sobre Jacqueline, el elegante restaurante de Enric Granados 66 que da la bienvenida desde una marquesina y un mosaico de aires modernistas, estilo de decoración que se imprime en las diferentes salas del local.

Tras un año abierto este restaurante está presentando en sociedad su nuevo espacio, el Champagne Bar al que se accede tras subir unas escaleras y atravesar una puerta que parece un cuadro hiperrealista tapizado de flores, que solo se abre con un código secreto, para darle ese aire de speakeasy que está tan de moda.

“El Champagne Bar completa las cinco experiencias que ofrecemos en el Jacqueline, entre el restaurante con su carta internacional, la coctelería de la entrada, la barra omasake y el dinner club del sótano que ofrece música en vivo”, describe Srokowski.

Los salones presumen de estética modernista. Foto Jacqueline

En el Champagne Bar hay una carta con 58 referencias de esa bebida, además de tres cavas

El Champagne Bar, ya lo dice su nombre, es un pequeño templo casi exclusivamente a esta bebida, con 58 referencias de las DO Reims, Epernay, Aÿ, Ecueil y Ambonnay, entre otras, con botellas que cotizan desde 88 a los 3.100 euros; aunque también hay siete alternativas para beber en copa. “Y también tenemos tres cavas”, dice Srokowski, para imprimir un toque autóctono a la propuesta.

Cócteles sofisticados

Este bar de aires clandestinos además presenta una carta de 10 cócteles de autor inspirados en flores, cada uno más sofisticado del otro, y que son diferentes a los que se ofrecen en las otras salas del restaurante.

Seguir las explicaciones del bartender jefe Sergio Pardo es como estar en una masterclass de coctelería, donde detalla el proceso de elaboración en el que se juega con nitrógeno líquido, flores congeladas, clarificaciones lácticas y un amplio abanico de destilados.

El cóctel Szechuan Flower. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

De ellos, hemos realizado una degustación iniciada por el afrutado y espumoso Lavander (Vodka Grey Goose infusionado con lavanda, licor Empirical ‘Plum, I Suppose’, Jerez Fino extra dry y una combinación de soda de papaya, melocotón y maracuyá).

Le siguió el suave (y más rico de los tres) Violet, con Vodka Grey Goose, licor Muyu Vetiver Gris, licor Crème De Mûre, solución cítrica, Kéfir, sirope de violeta y Champagne Perrier-Jouët Brut ‘a la Ratafia y violeta’).

Y culminamos, porque tras una cena de siete pases el cuerpo también tiene un límite, con el Szechuan Flower, con Ron Cacique 500, licor Gardeum “Floral Punch”, Sake de Yuzu y Dry Vermouth infusionado con albahaca; en donde la lengua percibe una especie de suave descarga eléctrica de esta flor.

En la elaboración se usan elementos como el nitrógeno líquido. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Otras opciones de coctelería

Pero hay que reservar -casi obligatorio- y volver en otras oportunidades para probar el Elderflower (con Gin Monkey 47, licor de flor de saúco, zumo de plátano clarificado, Champagne Perrier-Jouët Brut cocinado a baja temperatura) o el Sunflower (Whisky Chivas XV años macerado en té “Genmaicha” y arroz tostado, Jerez Fino extra dry, zumo de limón y sirope de pipas tostadas).

Y no podemos dejar de lado el Saffron Flower (Tequila Don Julio blanco infusionado con azafrán, licor Empirical “Symphony 6”, licor de cítricos y zumo de mandarina clarificado); entre otros combinados que cuestan entre 20 y 40 euros.

Quizás no sea barato, pero la experiencia de ver, oler y probar estos cócteles premium vale la pena.

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