Javier Monzón: un ególatra en deuda con Felipe González y Ana Botín

Javier Monzón es un conocido de la élite empresarial del país. Su historial ya tenía nubarrones antes de ser imputado en la trama Púnica

Javier Monzón, expresidente de Prisa. EFE

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Quienes conocen a Javier Monzón, presidente no ejecutivo de Prisa en apuros desde su imputación en la trama Púnica, le definen como un hombre presumido, casi narcisista, pero también con grandes habilidades sociales. No en vano, es un hombre que ha sabido rodearse de la flor y nata de este país, desde grandes empresarios como la presidenta de Banco Santander, Ana Botín, altos cargos políticos, el más importante, Felipe González, hasta el rey Juan Carlos I.

Estas relaciones explican que esté donde esté, y todavía protegido. Pero personas que han trabajado junto a él también le reconocen otro tipo de méritos. Le consideran una persona muy inteligente, con una gran habilidad para los negocios. También le describen como muy seguro de sí mismo. «Siempre se creía el más guapo y el más listo», comentan.

Y es que lo primero que llama la atención de Monzón es su peculiar personalidad, calificada como ególatra por personas de su entorno. Presumido y obsesionado con una cicatriz  que tiene en la mejilla izquierda — siempre intenta dar el lado bueno cuando es fotografiado, escondiéndola — ,  Monzón ha vivido otras polémicas allá donde ha trabajado antes de enfundarse el traje de presidente no ejecutivo de Prisa, el grupo de medios que controla, entre otros proyectos, al diario El País y a la radio más escuchada de España, la Cadena Ser.

El carácter de Monzón no le ha dado solo amistades, sino también enfrentamientos. Algunos recuerdan su mala relación con Pedro Morenés, ministro de Defensa con Mariano Rajoy entre 2011 y 2016, y el secretario de Estado de Defensa, Pedro Argüelles. Más allá de estar en su diana por no avenirse, en su opinión, a integrar la gestión de Indra en un marco más amplio que contempla a toda la industria considerada estratégica para el Ejército español, sucedió algo que colmó el vaso de la paciencia de Morenés.

Monzón no dudaba en romper el protocolo para demostrar su poder, pero en una ocasión, con el Rey Juan Carlos como protagonista, le terminaría costando el cargo

En una misión al extranjero, en la que estaban presentes el rey Juan Carlos, ministros y empresarios, Monzón, delante de los presentes, entre ellos Morenés, invitó al rey a verse en privado: «Majestad, ¿me permite un momento?», le dijo para reunirse en lo que se conoce como la cápsula, la zona reservada del avión a la que el monarca iba a descansar o hablar en intimidad, siempre que él lo propusiese. Esta demostración de poder, patada al protocolo incluída, fue la gota que colmó el vaso para el exministro.

Pero si hay un hombre clave para Monzón este es Felipe González. Él le nombró presidente de Indra y, muchos años más tarde, la multinacional compró Oyauri Investments, la empresa de su hijo Pablo González Romero, que recaló en Indra. El hijo del expresidente del Gobierno era conocido en la empresa por su comportamiento en ocasiones poco apropiado. Tras la salida de Monzón, Felipe reclamó más de 7 millones a Indra por la compra de Oyauri Investments.

Las peligrosas relaciones de Monzón con el poder tienen más ejemplos sonados. Uno de los hijos de Jordi Pujol, Josep, estuvo varios años en la compañía después de que Indra comprara su consultora, Europraxis. Incluso facilitó su huida a Estados Unidos, con cargo a sueldo de la empresa incluído, cuando las cosas para la familia del expresidente catalán empezaron a ponerse feas en España. Josep Pujol salió de Indra tras el despido de Monzón.

Monzón e Indra, una maquinaria al servicio del Estado

Donde más se recuerda a Monzón es en la presidencia de Indra, trayectoria que ahora mismo el juez Manuel García Castellón investiga en los juzgados de la Audiencia Nacional por la implicación de la empresa en la trama de la caja b del Partido Popular de Madrid durante la épòca de Esperanza Aguirre. Su papel en el presunto desvío de fondos, de acuerdo al auto del magistrado, está nada más y nada menos, que en el centro de la trama.

Su despedida de la compañía fue sintomática. Su relevo tras 22 años al frente se saldó con su ausencia del consejo de administración antes de que se votara su cese. Lo que no quiso escuchar el ahora presidente de Prisa fue el repaso a una gestión que desembocó en una compañía debilitada, sospechosa de haber servido a intereses oscuros de distintos gobiernos —desde su creación en 1993 el Estado tiene mayoría accionarial estatal a través del SEPI—   y de la que se llevó 12 millones disfrazados como plan de pensiones. 

En la compañía era conocido por hacer y deshacer a su antojo y no dudar en utilizar los recursos de la misma para sus intereses. Removió cielo y tierra para, en pleno mes de julio de 2010, llegar desde Zimbabue hasta Johanesburgo para ver la final del Mundial de Fútbol, que ganaría España, en un avión privado sin permiso para aterrizar en el aeropuerto sudafricano. Con él viajaban otras caras conocidas como tenistas y la hija de algún conocido banquero. Lo logró, aunque al aeropuerto militar de Pretoria, donde varios Range Rover blindados le llevaron junto con sus invitados a toda velocidad hasta el estadio Soccer City.

Monzón quiso ir a la final del Mundial de Fútbol de 2010 con un avión privado sin permiso para aterrizar solo para impresionar a sus invitados

Este no es el único ejemplo del modus operandi de Monzón. Tras una auditoría interna solicitada por Fernando Abril-Martorell, su sucesor, Monzón se vio obligado a pagar un millón de euros por el uso indebido del avión privado que la compañía de defensa tenía alquilado para viajes corporativos. Los destinos no eran precisamente mercados importantes para Indra. Sí que coincidían, en cambio, con regímenes fiscales laxos.

Los ajustes de Abril-Martorell no se quedaron ahí. Este medio contó que la compañía endureció su código ético para evitar casos de corrupción tras la salida de Monzón. A finales de 2015 presentó el Código Ético y de Cumplimiento Legal de Indra, un documento de 24 páginas que actualizó en 2017 y que constaba de 14 grandes normas de conducta para establecer los límites  repecto a los conflictos de intereses, escándalos de acoso sexual, medio ambiente y blanqueo de capitales, entre otros.

El hombre de Botín en Prisa

Los últimos pasos de Monzón le han llevado hasta la presidencia no ejecutiva de Prisa, donde ahora pende de un hilo. El próximo jueves, cuando todavía ni siquiera se habrá explicado en los juzgados, el Comité de Nombramientos dará un paso más en la elaboración de un informe fundamental para su futuro en la compañía.

El contenido y la evaluación de dicho documento llegará al consejo de administración donde, por si la imputación en un caso de corrupción no fuera suficiente, el fondo Amber, máximo accionista de Prisa, quiere aprovechar la situación para forzar su dimisión. El fondo del armenio Joseph Oughourlian ya consiguió tumbar a Juan Luis Cebrián e interfirió en el relevo, hasta hacer renunciar al propio Monzón a alcanzar la presidencia en un primer momento. 

La llave la volverá a tener Banco Santander, también accionista del grupo (4,1%) y principal valedor de Monzón. La propia presidenta del banco, Ana Botín, fue quien más maniobró por vender la figura del directivo como la de un hombre de consenso tras el cese de Cebrián. 

El premio de Botín a Monzón, de mantenerle a flote en Prisa, será doble. El directivo ocupa el mismo cargo institucional en la marca digital del banco, Openbank, desde donde se ha enviado una clara declaración de intenciones esta semana: «La reputación la hace el negocio», explicó de manera tajante su consejero delegado, que descartó un cambio en su consejo de administración.   

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