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Salida natural

En lugar de recurrir a fracasadas recetas de nacionalismos, autoritarismos, líderes o ejércitos, deberíamos descubrir una “epidural sociológica”, algo que permita hacer cambios sociales y “parirlos” sin dolor

Marine Le Pen en un mitin / EFE

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Una panorámica general sobre la situación actual de nuestro mundo, el humano, podría resumirse en que vivimos en el hastío más o menos permanente, hartos de tanto despropósito y, encima, sin que tenga visos de mejorar, sino más bien todo lo contrario.

Así, hace poco fueron las perversas prácticas económicas -que incluso siguen predominando- las que condujeron a la crisis de 2008, con Lehman Brothers y demás parafernalia del capitalismo desmedido haciendo de todo menos algo bueno y, encima, teniendo que rescatar a los bancos con dinero público. Después vino la pandemia por el coronavirus, también provocada por otra parte de nuestras acciones, en este caso detrás de las “estratégicas” armas biológicas, químicas o bacteriológicas; consiguiendo un confinamiento mundial y que nos diésemos cuenta de que estábamos todos expuestos y en riesgo, por si no lo teníamos claro con las permanentes guerras, carreras armamentísticas, amenazas nucleares y otras pruebas por el estilo y características de nuestro hacer y devenir. Siendo el colmo o cúspide del despropósito humano lo que siempre se dice que no va a volver a ocurrir y resulta que sucede una y otra vez, como es el sempiterno recurso a la violencia para imponer lo que se le ponga entre ceja y ceja al manipulador/a, déspota, grupo, lobby, etnia, creencia, ideología o nación de turno.

Los populismos son como vendedores de crecepelo a los que, a pesar de todo, les seguimos comprando cuando tememos que se nos caiga

En este “cóctel social”, por si fuera poco, también suele acompañar la costumbre de parapetarnos en nuestras respectivas referencias culturales y locales, defendiéndolas mediante todo tipo de argumentos y barreras. Algo de lo que suelen aprovecharse los llamados populismos, que son como los vendedores de crecepelo a los que, a pesar de todo, se les sigue comprando cuando se teme que nos caiga, en este caso, la seguridad, el negocio, el empleo, el dinero, el servicio, la compañía, la creencia, la tradición, el territorio, el valor cultural, etcétera.

Por eso que a las amorales directrices de la economía y los peligros de la geoestrategia militar, se une la conchabanza (acomodación conveniente) de la clase política, con intervenciones por todo el mundo -recientes o presentes- tan esperpénticas como las de Putin, Trump, Kim Jong-un, Xi Jinping, Erdogan, Pol Pot, Idi Amin, Netanyahu, Bashar al-Ásad, Bolsonaro, Berlusconi, Maduro, Videla, Pinochet, Ortega, Duterte, Orbán, Boris Johnson y un sin fin de representantes más del egoísmo social que, en lugar de ser reminiscencias obsoletas y nefastas, como las de Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Mao y demás individuos de este tipo, en cambio gozan de plena vigencia en base al mismo argumentario. Sorprendiendo además que se vuelva a “comprar” lo que “venden” como algo nuevo o, incluso, que hay que probar o a lo que se le debe dar una oportunidad; como por ejemplo dicen ahora muchos votantes franceses, en la cuna de la liberté, égalité y fraternité pero donde se oyen “razones” como que les están robando el país porque hay barrios donde no se oye hablar en francés, así como que hay que cerrar las fronteras a los inmigrantes y refugiados o salirse de la Unión Europea. Como si la memoria histórica no funcionase o no valiese para nada y, en este caso, se hayan olvidado de que no hace mucho eran franceses los que precisaban acogida huyendo de los nazis o los que colonizaron, es decir esquilmaron, vastos territorios y poblaciones para obtener de ellos lo posible.

Lo cual me lleva a si todo esto no será síntoma de nuestro sino colectivo como especie, estableciendo para ello una analogía entre lo social y lo biológico. Pues si para llegar a ser Homo sapiens ha tenido que estrecharse el canal pélvico por el bipedismo y adelantarse nuestro nacimiento para poder salir por el mismo, causando los conocidos dolores y muertes debidas al parto humano; algo parecido debe ocurrirnos a escala comunitaria o de especie, como por ejemplo se aprecia en que los inexorables cambios sociales hayan sido generalmente a través de revoluciones y “partos” también generalmente horrorosos y costosos.

Por lo que, en lugar de recurrir a las viejas, fracasadas y fraudulentas recetas de nacionalismos, autoritarismos, líderes o ejércitos fuertes y demás “pirotecnia social” por el estilo, deberíamos empeñarnos en descubrir una “epidural sociológica”, es decir, algo que permita evolucionar y hacer cambios sociales o “parirlos” sin dolor. Aunque quizás ya sea eso lo que está ocurriendo y, así o de hecho, nos estemos adormeciendo de nuevo, debido a lo que Karl Marx llamó la “alienación social”; tal y como demuestran las últimas tendencias de “voluntad popular” (8 millones de votos a Le Pen, 72,6 millones para Trump, dicen que más del 80% de los rusos apoyan a Putin tras invadir Ucrania, mayoría absoluta de Orbán en su cuarto mandato, …); o el recurso continuado al miedo y a las guerras, para que así venga lo que tenga que venir. Como cuando nos tapamos la nariz para tragar algo desagradable o aplicamos lo de “ojos que no ven, corazón que no siente”; que, traduciéndolo también de lo biológico a lo social, vendría a ser lo de la “solución final”, la “obediencia debida”, los “campos de trabajo”, los “daños colaterales”, las “operaciones militares”, los “salvapatrias”, la “presencia de armas de destrucción masiva” y demás eufemismos con los que se suelen ocultar y/o justificar genocidios, aniquilaciones, guerras, crímenes, persecuciones, abusos, fechorías y demás canalladas a escala colectiva.

Con el cambio climático y demás desastres, estamos cavando nuestra tumba como especie mientras seguimos con nuestros fastidiosos enredos

Aunque lo más estúpido o, como se suele decir, “es de bobos” que no seamos conscientes de que los problemas, el hastío y todo lo que implica y describe esta situación general en la que nos encontramos lo provocamos y hacemos nosotros solitos; por lo que el remedio debería ser asequible, pues simplemente consiste en no hacer o deshacer lo que nos sale mal, por supuesto, no repetir los mismos errores y, sobre todo, llevar a cabo cada vez mejor nuestra existencia, a base de buenos conocimientos, prácticas y criterios.

Lo que pasa también, como vengo diciendo en esta sección, es que nos hemos olvidado y dado la espalda a nuestra madre colectiva, que es la naturaleza. Si la tuviésemos en cuenta, nos daríamos cuenta de que la salida a esta situación de fastidio humano permanente nos la va a dar de nuevo ella, debido a nuestra manifiesta competencia para liarla e incompetencia para no hacer o deshacer las trifulcas que armamos. Pero en esta ocasión nos va a salir aún más caro y doloroso que nuestros partos y cambios sociales, pues lo que estamos haciendo y cómo nos comportamos, tanto entre nosotros como con el entorno, nos está conduciendo a que la naturaleza termine dándonos carpetazo, el finiquito, nos despida o, cuando menos, nos rebaje de categoría o nicho existencial. Con lo del cambio climático y demás desastres que estamos provocando, como deforestaciones, contaminaciones, extinciones, etcétera, directamente nos estamos cavando nuestra propia tumba como especie, mientras seguimos empeñados en nuestros perjudiciales y fastidiosos enredos; por lo que, a lo peor -y sin referéndum como en el caso de la salida de los británicos de la UE-, quizás también estemos optando existencialmente por el Naturexit.

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