Transportador de sueños

"Poca gente quiere ser transportador de sueños. Pocos están dispuestos a sacrificar el 80% de su tiempo lejos de los suyos, de los que le quieren, lejos de su hogar"

Empresario

Imagen de recurso de un directivo mirando a través de la cristalera de un rascacielos / Creative Commons

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Un día más en el planeta azul y un día menos de crédito en el fondo de inversión de su existencia. Ha tenido que hacer un alto en el camino en su labor diaria para cumplir con lo que ordenan las normas.

Duerme cada día en un lugar diferente con la melancólica añoranza de no estar con los suyos. No puede darle cada día un beso de buenas noches a sus hijos ni a su pareja. En una estancia de menos de dos metros cúbicos tiene que convivir consigo mismo y con sus circunstancias, con sus anhelos, sus sueños y esperanzas. Una lucha diaria con su terreno acotado.

Algún día fue admirado, aunque ahora mal pagado y también denostado, tiene que desarrollar su labor a pesar de las circunstancias, los meteoros o lo que la providencia le quiera mandar. En su remolque va cargado de cosas que a todos nos facilitan nuestras vidas y a muchos les hacen cumplir sus sueños.

Poca gente quiere ser transportador de sueños. Pocos están dispuestos a sacrificar el 80% de su tiempo lejos de los suyos, de los que le quieren, lejos de su hogar. Pocos son también los que aceptan el reto de surcar los caminos y contar los kilómetros por millones. Un camino lleno de peligros e incertidumbres

El transportador de sueños llega a su destino y la tecnología, una vez mñas gracias a la providencia, le acerca un poco sus seres queridos. La videoconferencia es un bálsamo, que no la cura para sus vacíos afectivos.

Come y cena solo, con la única compañía de sus recuerdos o alguna foto que lleva en su billetera. Recurre a una llamada para enjuagar sus lágrimas virtuales. En casa hay algún pequeño o no tan pequeño problema, pero el está lejos y no puede actuar como le gustaría. Todo esto le genera una profunda angustia, pero tiene que seguir adelante. Hay que pagar facturas.

«El transportador de sueños no ha estudiado una carrera, tampoco ha hecho máster alguno, no ostenta un doctorado ni cátedra, pero su concurso es imprescindible»

En su nave transportadora le contaron buenas y malas noticias, y en soledad hubo de fagocitarlas, con resignación y entereza. Pero lleva esa carga a sus espaldas con dignidad y profesionalidad, sabiendo que aunque no se le reconozca, está haciéndole un enorme servicio a la sociedad gracias a su sacrificio.

El transportador de sueños no ha estudiado una carrera, tampoco ha hecho máster alguno, no ostenta un doctorado ni cátedra, pero su concurso es imprescindible. Lo sabemos bien en estos tiempos de pandemia donde han sido junto con los sanitarios y algún otro sector, los que han tenido que ponerle cara para que no se rompiera la cadena de suministro y para que a todos, aunque encerrados en nuestras casas, no nos faltará de nada.

El transportador de sueños, además, vive amenazado por el progreso que necesariamente hará cambiar su rol en todo este paisaje. Tendrá que formarse y prepararse para el impacto de la tecnología en su medio de vida: La amenaza tecnológica de la conducción autónoma.

Sólo en España hacen falta más de quince mil transportadores de sueños de manera inmediata, pero la dureza de su trabajo sumado al enorme coste que supone capacitarse, hace que la cuestión se ponga muy difícil.

«Son la última trinchera en defensa de la economía del libre comercio que consigue que lo que unos fabrican, otros lo puedan disfrutar»

Un transportador de sueños no solo carga con unidades físicas, también lo hace henchido de esperanzas, ilusiones y, por qué no decirlo, de necesidades más o menos vitales.

Son el eslabón más débil de la cadena de suministro. Son la última trinchera en defensa de la economía del libre comercio que consigue que lo que unos fabrican, otros lo puedan disfrutar.

Si se me permite la analogía, personalmente me recuerdan a los vigilantes de seguridad privada, que son enviados a la guerra de la delincuencia armados con su saber hacer, su dignidad, pero también con una porra y unas esposas, que como todos sabemos son herramientas definitivas contra los criminales. Dura responsabilidad la de transportar los sueños de unos y de otros, pero ellos lo asumen como su trabajo, más aún, como su deber.

Mal pagados, mal considerados e incluso mal tratados, navegan por nuestras carreteras también cargados con sus propios sueños, anhelos y esperanzas, con la ilusión de que algún día se les reconozca, aunque sea de manera silenciosa, el mérito que por justicia merecen.

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