El lobo de Londres y las nuevas estrategias del yihadismo

El terrorismo cambia de táctica y apuesta por lobos solitarios a bordo de vehículos. El perfil del atacante de Londres desconcierta a los investigadores

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El verano pasado, el Estado Islámico sustituyó su revista ‘Dabiq’ por una nueva publicación. El nombre de la antigua aludía al lugar donde, según el Profeta, el Islam está destinado a obtener la victoria final en su camino hacia Constantinopla. Sin embargo, al perder el control de la localidad siria, sus editores decidieron renombrar la revista como ‘Rumiyah’ –Roma—, bajo cuyos olivos promete el ISIS descanso y placeres a los ‘muyahidín’ cuando se derrote al infiel.

Los servicios de inteligencia son los más atentos lectores de ‘Rumiyah’ en sus ocho ediciones: árabe, turco, inglés, francés, alemán, ruso, indonesio y uigur. Entre textos de doctrina integrista y consejos para el buen combatiente, los analistas buscan pistas sobre objetivos, prioridades y tácticas terroristas. De ahí que tomaran nota del ‘especial’ del pasado noviembre sobre terrorismo vehicular, una forma de baja inversión y alto retorno para llevar terror a las ciudades de Europa.

El brutal atentado de Londres del pasado día 22 generó las reacciones habituales: exigencia de explicaciones, preguntas sobre fallos de seguridad y algún intento descarado de utilización política. Pero los expertos hacen un análisis más matizado: el riesgo de ataques en Europa no solo persiste sino que puede ir a más; pero algunos indicadores apuntan a un cambio de tácticas terroristas que modera a su letalidad.

El aumento del riesgo está en relación con la progresiva derrota del ISIS en los campos de batalla de Irak y Siria, que ha provocado el retorno a Europa de entre 3.000 y 10.000 yihadistas voluntarios, según diferentes estimaciones. Por otro, el atentado reafirma que el ISIS confía cada vez más en lobos solitarios como recurso de máxima rentabilidad y mínima vulnerabilidad frente a los servicios policiales y de inteligencia.

El terrorismo vehicular es una forma de baja inversión y alto retorno para llevar terror a las ciudades de Europa

Y es que la ecuación esfuerzo-resultado de un ataque exitoso en solitario es imbatible. Pertrechado con armas de oportunidad (un vehículo, un cuchillo o un artefacto improvisado) y difícilmente detectable de antemano, un solo individuo decidido puede obtener tanta repercusión como la acción ejecutada por una célula de varios terroristas, mucho más expuesta a ser descubierta durante la preparación de un atentado.

Durante 2016, los atropellos con camión de Niza y Berlín en julio y diciembre causaron un total de 98 muertes (86 y 12, respectivamente), tres veces más que las 32 bajas ocasionadas en el aeropuerto y una estación de metro de Bruselas, en el único ataque con explosivos en Europa ocurrido durante al año pasado. En 2015, por contra, los ataques de Charlie-Hebdo y Bataclan en París, ambos con armas automáticas y explosivos, segaron la vida a 154 inocentes pero también concluyeron con la muerte de 10 de los 12 asaltantes.

El efecto propagandístico de unos y otros atentados fue análogo: cobertura televisiva mundial, celebración del éxito entre los radicales de diferentes países y en las redes sociales, etc. Pero el coste y dificultad de los atropellos fue menor. Al ISIS no le importa enviar a células organizadas a misiones suicidas, pero la investigación posterior, particularmente si algún terrorista es capturado con vida, suele acarrear la detención de otros extremistas y la pérdida de valiosa infraestructura.

Es así como los servicios de Francia, España, Reino Unido y Alemania, entre otros, han detenido a un número creciente de radicales. Varios tenían planes avanzados para atentar en diferentes ciudades europeas. Los gobiernos dan pocos detalles para no generar alarma social, pero por cada ataque consumado se impiden bastantes más, como dejó entrever la primera ministra británica Theresa May tras la tragedia del puente de Westminster.

El papel de segunda línea asumido por España explica no haber sufrido atentados islamistas después del devastador 11-M.

La lucha contra el terrorismo vinculado al ISIS (y a un resurgente Al Qaeda) es una variante de la guerra híbrida que se desarrolla en diferentes teatros de operaciones físicos y virtuales. Por un lado, implica el uso de fuerza militar en Siria e Irak y las tácticas antiterroristas clásicas de infiltración, vigilancia, contravigilancia e investigación policial. Por otro, la lucha se centra en las escuchas y procesamiento de datos, la ciberguerra y la desinformación.

El conflicto de Siria y las operaciones contra el Estado Islámico en Irak comprometen a una serie de actores estatales de actitudes ambiguas y objetivos diversos y cambiantes. Rusia, Turquía, Arabia Saudí, Irán y Emiratos Árabes Unidos colaboran o compiten –según cada caso y cada momento— con Estados Unidos y las potencias de la UE: Francia, Reino Unido y Alemania. El marco estratégico de fondo es un juego de influencias de escala europea y mundial en el que el terrorismo una moneda de cambio.

El papel de segunda línea asumido por España en Afganistán y las operaciones internacionales contra el islamismo radical tras la salida de las tropas de Irak, junto con la mejora exponencial en la eficacia los servicios de seguridad desde 2004, explican no haber sufrido atentados islamistas después del devastador 11-M.

Pero no ser país-diana no significa que no haya una notable actividad radical, particularmente en Ceuta, Melilla y Cataluña. El perfil de las detenciones efectuadas por la Guardia Civil, la Policía y, recientemente, los Mossos d’Esquadra, apuntan a que España sirve al ISIS como de centro de reclutamiento de yihadistas y ‘parqué’ de su aparato de financiación. Pero todo puede cambiar de la noche a la mañana. Por esa razón, se mantiene ininterrumpidamente desde junio de 2015 el nivel de alerta 4 de ‘riesgo muy alto’.

Existe consenso sobre los factores que favorecen la radicalización de los jóvenes de origen musulmán en Europa: discriminación, xenofobia, falta de oportunidades, fracaso de las políticas de integración y promoción social, marginalidad… Un joven captado en Clichy-sous-Bois, Molenbeek o Bordesley Green acaba relegando lo que tiene de francés, belga o inglés al nuevo sentido que encuentra en la promesa radical. Pero Khalid Masood, el autor de atentado de Londres, no se ajustaba a ese perfil.

Nacido Adrian Russell Elms, no sólo le distinguía su origen cristiano y afro-caribeño, sino sus 52 años de edad. “Es muy infrecuente que alguien se radicalice después de los 30 años”, señala Shashank Joshi, del Royal United Services College. Por eso, el MI-5 y Scotland reconstruyen minuciosamente la vida y los contactos del terrorista. No se trata solo de buscar cómplices, sino pistas para entender cómo alguien se convierte en terrorista en la madurez.

El ataque de un lobo solitario da al terrorismo una forma de victoria barata

Las definiciones académicas de terrorismo suelen coincidir en tres elementos: es indiscriminado, persigue crear ansiedad y temor en la población y se justifica en razones de índole política o religiosa. Aunque sus víctimas sean los ciudadanos directamente alcanzados en un ataque, su objetivo real es alterar las costumbres y el comportamiento de la sociedad a la que se ataca mediante el miedo.

Y es un miedo inmune a la lógica. Un londinense en los años 70 y 80 del pasado siglo tenía una posibilidad entre 50.000 de ser víctima de alguno de los atentados que el IRA realizaba regularmente en la capital británica. Hoy, ese riesgo es de uno entre 50 millones. Pero, como quien prefiere viajar en automóvil en lugar del avión (pese a que la probabilidad de morir es 700 veces más elevada) la posibilidad de que un lobo –o un loco—solitario pueda actuar entre nosotros da al terrorismo una victoria barata.

Quizá por eso, alguien pensó que había que mostrar al ISIS la flema y el espíritu desafiante de Londres en un cartel metro: “Recordamos educadamente a todos los terroristas que ESTO ES LONDRES y que no importa lo que nos hagan; tomaremos el té y seguiremos con lo nuestro”. El mensaje dio la vuelta al mundo, fue ‘trending topic’ mundial y hasta la primera ministra lo celebró en el Parlamento.

Lástima que resultara un montaje fotográfico subido a Twitter. Pero igual que el ISIS tiene su revista Rumiyah, los ingleses decidieron hacer suyo el meme y convertirlo en su manera en virtual, asimétrica y very British de conjurar colectivamente el temor. Keep Calm and Carry On

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