Arte, gastronomía y desconexión con estilo francés en los Pirineos Orientales

Una escapada por Ceret y Oms, del lado francés de los Pirineos, es una recomendada forma de recargar las pilas en esta primavera

La piscina de Mas des Colombes con vistas a los Pirineos Occidentales. Foto Mas des Colombes

¿Cómo es posible que Céret, una pequeña localidad francesa de los Pirineos Orientales de menos de 8.000 euros tenga un museo de arte contemporáneo con algunos de los talentos más grandes del siglo XX, y que en su minúsculo centro cuente con siete galerías de arte?

Esa es una de las sorpresas que uno se puede encontrar cuando recorre el Valle de Vallespir, a un tiro de piedra de la frontera franco española, una sucesión de pueblos liderados por Perpiñán que sin dejar su identidad francesa presumen de su herencia catalana.

Esta época del año, cuando las mejores temperaturas invitan a pasear por los floridos campos de cerezos como los del Canigó, descubrir los lagos de Saint-Jean-Pla-de-Corts o a realizar actividades de turismo aventura como barraquismo o BTT; también es posible lanzarse a un circuito de arte, gastronómica y relax entre las sierras y con un toque de distinción.

Céret, la meca del arte moderno

El punto de partida será Céret, esta localidad que hace poco más de un siglo hechizó a Pablo Picasso, y así como al famoso malagueño, a otros artistas como George Braque, Marc Chagall o Henri Mattise; cuyas huellas y fascinación por la luz y la tranquila vida pirenaica han quedado reflejadas en las paredes del Museo de Arte Moderno, que atesoran cuadros, esculturas, cerámicas y otras creaciones de estos artistas y otros como Joan Miró, Salvador Dalí, Juan Gris, Auguste Herbin, Antoni Tàpies, Chaïm Soutine o Arístides Maillol entre muchos más.

Sala del Museo de Arte Contemporáneo de Céret. Foto Robin Towsend

Picasso fue la punta de lanza del desembarco de artistas que convirtieron a la pequeña Céret en una meca del arte moderno

Inaugurado en 1950, reformado en 1993 y vuelto a ampliar en 2022, el museo se divide entre las obras de estos y otros artistas (atención a la fascinante colección de 29 platos con motivos de tauromaquia pintados por Picasso en una febril semana de trabajo) y las muestras de arte contemporáneo, con muchas creaciones de gran formato y temática abstracta que rompen moldes.

Hasta el 2 de junio, por ejemplo, se puede visitar la exposición La memoria tejida de la catalana Teresa Lanceta, una de las creadoras de arte textil más importante de España, en una retrospectiva de 70 obras que descubre su pasión por las culturas del Magreb y el pueblo gitano, con recuerdos de su pasado en el Raval de Barcelona en innovadoras creaciones de patchwork.

Exposición de Teresa Lanceta. Foto Nicolás Giganto

Paseando por Céret

El casco antiguo de Céret se recorre enseguida. Si es posible, es mejor visitarla los sábados de mercado, donde se pueden comprar desde ostras del Mediterráneo a tentadores quesos y embutidos, pasando por las famosas cerezas que dan fama al valle (es tradición que la primera caja de estos frutos rojos sea despachada al Palacio del Elíseo) y las fresas de tamaño XL.

Es un lugar para pasear sin prisas, visitando algunas de las galerías de arte o tomando una copa en el Grand Café, tal como hacía Picasso mientras fumaba bajo sus plátanos.

Calle de Céret. Foto Jorge Franganillo

La comida del mundo en La Dulcine

Uno de los magnetismos de los Pirineos Orientales, bueno, en realidad de toda Francia, es que en cualquier pueblito casi perdido en el mapa se puede comer de maravillas.

Así lo comprobamos en nuestro paso por La Dulcine, un coqueto restaurante en la localidad de Reynes, a 15 minutos de Ceret.

Como para recordar la importancia del arte moderno, en sus paredes se presentan discretas esculturas mientras que los techos parecen pintados por Jackson Pollock.

Allí el chef Ghislain Fernández, un marsellés hijo de españoles que vivió una década entre Barcelona y Lima, presenta una cocina que define como “del mundo”, donde las herencias francesas, catalanas y mediterráneas se sazonan con toques de Japón o Perú.

Platos del restaurante Dulcine. Foto Juan Pedro Chuet-Missé

Por 42 a 47 euros, se ofrece un menú de tres pases sin bebida con -perdón por el lugar común- pequeñas obras de arte gastronómicas como el carpaccio de remolachas con pétalos, nueces a la brasa y manzana, el seductor huevo con aceite de trufa en nido crujiente con jamón y espárragos o el foie gras al estilo de Banyuls entre los entrantes.

En tanto, en los principales se pueden elegir desde el pescado del día con ‘perfumes’ de Marsella, las nueces de St Jacques a la plancha (un trinxat de topinambur con crema de jamón), la pierna de cordero catalán confitada (una maravilla, les adelanto) o el rissotto con morillas (tipo de setas) al queso de abundancia.

En los postres, preparen los móviles para retratar el brie trufado en hojaldre, la sorpresa de chocolate o el bizcocho crocante con avellanas de Le Noisette au Cube.

La carta de vinos se limita a 15 referencias, en su mayoría de DO cercanas como la de Côtes Catalanes o Côtes du Rousillon, como dimos cuenta con Les Landes de Pierres, de la bodega Laurent Batlle.

Paseo por viñedos

En esta tierra de vinos abundan las bodegas pequeñas, donde varias esconden historias de vida que atrapan tanto como sus tintos y blancos. Una de ellas es la nueva Domaine Jaça, una aventura de Damien Rocaryol y Lize Corbin que decidieron dejar sus carreras de informático y organizadora de eventos para lanzarse a producir vinos bio en las laderas de las sierras de Oms, cerca de Ceret.

Los vinos de Jaça Domaine

Mas des Colombes es un sitio para desconectar y escuchar los sonidos del silencio en el Valle de Vallespir

Sus cuatro hectáreas a 400 metros de altitud se pueden recorrer en un breve paseo en quad, donde tras ver como la luz del atardecer juega entre los sarmientos explican que solo producen 3.000 botellas al año, en un proceso artesano de recolección y elaboración con uvas syrah, garnacha negra y gris y cariñena que derivan en los tintos Entreacte y Daliz, y el blanco Les Loges; vinos de fuerte presencia debido a las largas horas de exposición solar.

Atardcer en el valle de Oms. Foto Jaça Domaine

El lujo discreto de Mas des Colombes

Estas historias de cambio de 180 grados en el rumbo profesional también se encuentran en la hostelería, como hemos descubierto en Mas des Colombes.

Eric Colomb, con una prometedora carrera en el mundo de la banca, un buen día decidió colgar su traje y corbata y con su esposa Nadège Lenhardt, fisioterapeuta y excelente cocinera, compraron una casa rural en el valle de Oms y se pasaron tres años trabajando en una reforma radical que creó un elegante alojamiento rural de 600 m2, donde lo único que se escucha es el silencio solo interrumpido por algunas aves y por el cacareo de las gallinas.

Vista aérea de Mas des Colombes

“Para que el gallo no moleste a la madrugada fabriqué una trampilla automática que se abre a las siete y media”, ríe Eric. Se nota que es un manitas con talento.

Mas des Colombes es lo que se conoce como chambre d’hotes, un alojamiento donde solo hay cinco habitaciones, todas de tamaño generoso y terraza privada a un precio medio de 450 euros la noche, con detalles que van desde piscina y jacuzzi hasta un gimnasio con cabina de rayos infrarrojos que relajan el cuerpo como si fuera un sauna.

“Aquí la idea es que los huéspedes desconecten varios días, que se conozcan y disfruten juntos”, explica este matrimonio.

Comedor de Mas des Colombes

Compartir cena y momentos

Allí no hay mesas separadas: todo el mundo come en una larga mesa con capacidad para 12 personas, donde en ocasiones Eric y Nadège se suman a la cena.

Así lo vivimos, y en esa ocasión, con la privilegiada participación del chef Jean Plouzennec, quien logró las dos estrellas Michelin por su restaurante Les Feuillants de Ceret, y ahora que se ha jubilado, disfruta lo que mejor sabe hacer: cocinar para amigos y promover el capítulo del Rosellón de la asociación gastronómica Toques Blanches, dedicada a promover la gastronomía y los productos de la región.

Entre Jean y Nàdege prepararon un inolvidable menú con platos como crema de butifarra negra con pasas de cereza y crema de leche y de coco con jengibre para abrir el apetito, seguido por huevos revueltos con erizo, y sepias con alcachofas.

El plato fuerte, el xai (cordero, en catalán) a la sal con crema de cordero y huevo, acompañado de habas y espinacas, fue una excelente síntesis de la cocina local, rematada con el miel y mató con buñuelos y la milhojas con cidro y confitura de sandía con naranja amarga.

Mas des Colombes por la noche

El pase de vinos, como el Infinitiment (DO l’Ou), el Secret Partagé de Clos Cérianne, el exclusivo Dam P o el dulce Rivesaltes para el postre eran selectas muestras de bodegas que llevan generaciones creando vinos de producción limitada pero de grandes sabores.

Al otro día, al momento de partir, el sol inundaba el largo comedor de Mas des Colombes, donde para el desayuno Nadège había preparado un brioche con chocolate creado bajo la tutela del famoso Oliver Banjard, premiado como el mejor pastelero de Francia; y que sirvió de último recuerdo a esta escapada de lujo discreto por los Pirineos Orientales de Francia.

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