Santillana del Mar, una villa medieval preservada en el tiempo

El mismísimo Jean Paul Sartre quedó prendado de una de las localidades medievales más bellas de España

Santillana del Mar con la colegiata al fondo. Foto: Santillana del Mar.

Corre el año 1935, y antes de que España comience a consumirse en el doloroso fuego de una guerra fratricida, el filósofo y escritor francés Jean Paul Sartre, acompañado de su pareja, Simone de Beauvoir, camina por las medievales calles de Santillana del Mar, localidad que luego describiría como el pueblo más bonito de España.

De hecho, en su obra La Náusea (1938) se refiere a ella como “una verdadera reliquia en la vida del hombre”.

A Sartre no le importa que aquel pueblo le esté mintiendo desde el momento de presentarse con su nombre, pues ya se sabe que Santillana del Mar ni es santa, ni llana, ni besada por las aguas del Cantábrico o cualquier otro mar que se atreva a dejar una marca de sal en su ancestral belleza.

Cada rincón de la localidad es un espectáculo. Foto: Santillana del Mar.

Y es que, Santillana te atrapa desde el momento en que pones un pie en sus adoquinadas rúas y comienzas a descubrir un pasado pétreo que parece haber firmado un pacto con el diablo, o haber caído bajo los efectos del sortilegio de un poderoso y magnánimo mago, para llegar hasta nuestros días en un estado de conservación envidiable.

Una villa declarada conjunto histórico-artístico

La villa de Santillana del Mar fue declarada conjunto histórico-artístico en 1889. Casi un siglo más tarde, en 1985, las Cuevas de Altamira, situadas a tan sólo 2 km de Santillana, fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Ese conjunto de pinturas prehistóricas, que datan del Paleolítico superior, es uno de los tesoros rupestres más importantes del mundo, y, sin duda, merece la pena extender la visita para ser testigo de ellas (o de sus réplicas, pues las originales sólo se pueden visitar mediante sorteo).

Detalle de las cuevas de Altamira. Foto: Santillana del Mar.

Pero antes de pensar en explorar los alrededores de esta preciosa localidad cántabra, debemos bebernos la esencia de cada una de sus calles y plazas, a las que se asoman casas señoriales, palacios, torres, museos, pequeñas tiendas de artesanías, restaurantes, hoteles con encanto e incluso una colegiata que figura entre los tesoros más preciados del románico español.

Su casco histórico es peatonal -salvo para los vehículos de los escasos residentes que habitan en él- por lo que podemos visitarlo con la tranquilidad que se merece.

Santillana del Mar sin mapa

Al dejar el coche justo en los lindes de esa especie de museo al aire libre, enfilamos por la pequeña cuesta de la calle de Juan Infante, una de las emblemáticas de Santillana y que acaba conduciéndonos hasta su Plaza Mayor.

Ayuntamiento de Santillana del Mar.

En ese primer contacto que nos ofrece esa rúa, podemos apreciar las primeras casas de piedra, cuyas fachadas aún muestran los escudos de armas de las familias nobles.

De esas fachadas sobresalen balcones centenarios, de forja y maderas, que aparecen casi totalmente cubiertos por flores de colores en cualquier época del año.

En los bajos de las mismas, algunas tiendas de artesanía y productos gastronómicos nos dan una idea de lo que está por llegar, pues al adentrarnos algo más en la villa estas pasan a formar parte del paisaje medieval.

Torre medieval de Don Borja. Foto: Santillana del Mar.

Al llegar a la Plaza Mayor nos llama la atención el Ayuntamiento, pero también las torres medievales de Don Borja y Merino, las casas del Águila y la Parra –de los siglos XVI y XVII, y que suelen albergar distintas exposiciones culturales y artísticas– y la Casa del Cura, una de las más fotografiadas del pueblo, al estar totalmente tomada por una miríada de coloridas flores.

Casonas, palacios y escudos de armas

Desde la Plaza Mayor, parten varias calles que tomamos sin mirar ningún mapa, seguros de que cuanto más nos perdamos por esa maraña medieval, más tesoros encontraremos.

Así, paseamos por las calles Carrera, Hornos y Racial.

Casas del Águila y la Parra. Foto: Santillana del Mar.

Nos cuentan que las casonas de Santillana no se venden a extraños, sino que se quedan en las familias, pasando de generación en generación. Quizás ese sea el secreto para preservar con tanto mimo tal belleza: que aquellas moradas son sentidas por esa gente como sangre de su sangre. Como parte de la familia.

El palacio de los Velarde se asoma a la Plaza de las Arenas y mezcla estilos gótico y renacentista, siendo otra de las joyas de Santillana.

En la calle de la Carrera, la familia Velarde nos deja otro obsequio, la Torre de los Velarde, construida por García de Velarde a mediados del siglo XV. La atalaya despunta sobre la casa de los Quevedo y un antiguo lavadero, desde el que se puede apreciar la Colegiata de Santa Juliana.

Palacio Velarde. Foto: Santillana del Mar.

La Colegiata de Santa Juliana y otros tesoros

Dicen que de esa colegiata deriva el nombre de la villa de Santillana del Mar.

Realmente no importa, pues al adentrarte en el interior de esa joya del Románico español los nombres se quedan atrás y solo nos concentramos en la belleza que unas manos hábiles y dedicadas pueden llegar a crear. Y cómo esta es capaz de no languidecer y desaparecer con el paso de las centurias.

El claustro de la colegiata es digno de admiración, como también lo son el retablo mayor y la pila bautismal.

Pero no es el único edificio religioso de Santillana que merece la pena ser visitado. El convento Regina Coeli, de la orden dominicana y original de finales del siglo XVI, alberga un magnífico museo diocesano que cuenta con alrededor de 800 piezas de entre los siglos VII y XX.

Colegiata. Foto: Santillana del Mar.

El convento de San Ildefonso no posee esas piezas de arte sino otras más sabrosas: los dulces que preparan sus residentes, las monjas Clarisas.

Museo del Barquillero y gastronomía de Santillana del Mar

Sin embargo, cuando hablamos de dulces es imposible olvidarnos de los sobaos pasiegos que encontraremos en las decenas de pequeñas tiendas que se hallan en Santillana, siempre acompañados en los estantes de sus inseparables socias, las anchoas de Santoña.

Ambos son dos de los recuerdos más solicitados por aquellos que visitan el pueblo. Y es que, aquello que deja huella en el estómago, nunca se olvida.

Para degustar otros manjares de la cocina típica de la zona, Santillana del Mar cuenta con algunos restaurantes que no nos defraudarán, siendo El Pasaje de los Nobles uno de los más conocidos.

Anchoas con un twist. Foto: Restaurante El Pasaje de los Nobles.

El Pasaje de los Nobles es una casa de tradición familiar, actualmente dirigida por la cuarta generación de una estirpe totalmente entregada a hacer feliz a la gente a través de la restauración.

Traspasar las puertas del restaurante te lleva a un mundo de sensaciones. Lo mismo ocurre cuando entramos en el Museo del Barquillero, donde, en su planta superior, nos reencontraremos con antiguos juguetes que, para algunos, marcaron nuestra juventud.

Chapas, coches de hojalata, peonzas, yo-yos, carracas y muchos otros objetos que nos tornan la mirada en una cargada de añoranza. La melancolía queda atrás cuando descendemos las escaleras y nos encontramos con la pequeña tienda repleta de dulces, golosinas, juguetes y recuerdos de Santillana.

Como si realmente fuera necesario poseer un objeto para recordar uno de los pueblos más bonitos de España. Innecesario, sí, pero como tantos otros caprichos gustosos de la vida.

a.
Ahora en portada