El futuro del hidrógeno

Las innovaciones no suelen llegar cuando todo va bien y las cosas están calmadas, sino cuando realmente van mal y la necesidad fuerza a que los cambios se aceleren

Foto: Freepik. hidrogeno.

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De forma tímida, cada vez se oye hablar más del hidrógeno como fuente de energía. Pese a estar presente en algunas industrias desde hace décadas, sus nuevos usos, unidos a la imperiosa necesidad de los europeos de sustituir los combustibles fósiles, así como de reducir la dependencia de terceros, han hecho que poco a poco este gas elemental se vaya colando en nuestras vidas. 

El futuro de la movilidad está en plena preadolescencia y a los seres humanos nos gusta jugar a adivinar el futuro, aun sabiendo que se trata de una labor bastante inútil.  

Cuando me preguntan mi opinión sobre qué opción energética se impondrá, me gusta recordar a Galbraith, con aquello de «hay dos tipos de pronosticadores: los que no saben y los que no saben que no saben». En un mundo en constante evolución tecnológica, nadie puede descartar que la opción vencedora ni siquiera esté sobre la mesa aún, y en el caso de que así fuera (como nos demuestra una y otra vez la historia empresarial), la opción ganadora no tiene por qué ser siempre la mejor, tecnológicamente hablando, pues intervienen muchos otros factores difícilmente cuantificables. Sirva como ejemplo la pugna entre los sistemas de vídeo Beta y VHS, donde no se impuso la versión tecnológicamente más avanzada. 

A día de hoy vemos dos corrientes de opinión que van desde las opiniones más favorables, demasiado incluso, que ven la fiebre del hidrógeno como una suerte de Klondike que convertirá nuestro país en una especie de nueva potencia petrolífera, a las más negativas que ven sólo un gran despilfarro de fondos europeos, invertidos en una fuente de energía que está tan en pañales que no llegará a nada.  

Cualquier tecnología no llega de la noche a la mañana, se trata de la acumulación de series de pequeños cambios que van componiendo en el tiempo

En mi opinión, todos los escenarios están abiertos, pero más que acertar con el resultado final, me parece más útil analizar si es más o menos viable que lleguemos a escenarios intermedios que, sin embargo, tendrán un gran impacto en nuestra sociedad. 

La historia de la tecnología nos puede dar algunas pistas de por dónde puede evolucionar la cuestión del hidrógeno. Cualquier tecnología no llega de la noche a la mañana. Se trata de la acumulación de series de pequeños cambios que van componiendo en el tiempo y cuya combinación en múltiples ocasiones es completamente imprevisible.  

Las innovaciones importantes no suelen llegar cuando todo va bien y las cosas están calmadas, sino cuando realmente van mal y la necesidad fuerza a que los cambios se aceleren. Hoy el hidrógeno tiene viento de cola porque nos enfrentamos a la necesidad urgente de descarbonizar el planeta. Al margen de si podemos o no influir en el clima y revertirlo, un futuro con menos emisiones y contaminación es, simplemente, mejor y debemos evolucionar hacia ello. 

Para entender lo importante que es que la innovación es hija de la necesidad, no hay más que ver porqué muchos de los grandes inventos que hoy vemos como habituales nacieron del sector militar en situaciones de máxima prioridad (los radares, el sistema GPS o la misma Internet). Cuando algo es estratégico y se dota financieramente para impulsarlo, múltiples actores colaboran para acelerar su desarrollo y la Unión Europea así lo está haciendo con el hidrógeno. 

Hoy el hidrógeno tiene viento de cola porque nos enfrentamos a la necesidad urgente de descarbonizar el planeta

Hoy gozamos en Europa de un ecosistema potente que está trabajando en el desarrollo de la cadena de valor del hidrógeno. Universidades y empresas grandes o pequeñas de múltiples sectores, investigan sobre cómo llevar a nuestro día a día esta fuente de energía.  

Es cierto que queda mucho por hacer, pues desde la regulación a los retos que plantea la seguridad de las instalaciones hay todavía grandes vacíos por rellenar, pero ahí están las oportunidades. 

Como nos recuerda el postulado de Amara, infravaloramos lo que podemos conseguir en diez años y sobreestimamos lo que podemos hacer en un  año, pero en la era de la inmediatez, en que todo lo queremos ya, algunas cosas simplemente deben disponer del tiempo necesario para desarrollarse y, en el caso del hidrógeno, el tiempo es una variable imprescindible.  

Doblar la capacidad de las fuentes de energía actuales en 50 años, suena realmente complejo, pero si simplemente se creciese un 1,4% cada año, ese sería el resultado que conseguiríamos. Pequeñas mejoras que conducen a cambios exponenciales. Esa es la magia del interés compuesto. 

Nadie sabe qué le depara el futuro al hidrógeno, pero estoy seguro de que tantas mentes brillantes trabajando para llevarlo a nuestro día a día, ayudarán a un buen porvenir.  

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