7 pastelerías centenarias de Madrid (y qué pedir en cada una)

No sucumben a modas ni a postres virales. Mostradores de mármol, molduras y vitrinas repletas de los más delicados dulces son los protagonistas de las pastelerías centenarias más hermosas (y sabrosas) de Madrid

Pastelería La Duquesita

La Duquesita, una de las pastelerías centenarias de Madrid.

Un día es el New York roll y otro el umisan, ambos reinterpretaciones del croissant. El taiyaki, ese helado con forma de pez, da paso al cronut -mezcla de croissant y donut relleno- y las palmeritas rellenas a los mochis o a la última tarta de queso viral. En materia de gastronomía y, concretamente, de dulces, en Madrid comenzamos a estar acostumbrados a los hypes que se encadenan y los locales que pasan de triunfar en TikTok y despachar a destajo colas interminables al olvido en pocas semanas.

Y, sin embargo, frente a las modas y los éxitos a golpe de influencer, un establecimiento centenario es el que acaba de coronarse como mejor pastelería de Madrid.

Se trata de La Duquesita (Fernando VI, 2), en el barrio de Las Salesas, un negocio centenario (abrió sus puertas en 1914) convertido ya en patrimonio dulce de la ciudad y galardonado por la Academia Madrileña de Pastelería en la última edición de los Premios de Gastronomía de La Comunidad de Madrid.

Pastelería La Duquesita, Madrid
Foto: La Duquesita.

Las mejores materias primas y la combinación de creatividad e innovación con el máximo respeto a la tradición artesana están detrás de este premio, que reconoce una trayectoria de 109 años.

Junto a La Duquesita, otras seis pastelerías pueden presumir de llevar más de cien años tentando y haciendo felices a los madrileños con todo tipo de bollos, tartas, pasteles y bombones.

La Duquesita

Abierta en 1914 en el barrio de Las Salesas, el más parisino de Madrid, exactamente 101 años y tres generaciones de la familia Santamaría después, la pastelería, toda una institución en la ciudad, bajaba la persiana.

La jubilación de Luis Santamaría parecía condenarla a muerte, y eso pese a haber tenido entre sus clientes a personajes de la talla de la reina María Cristina, los duques de Medinaceli o Cánovas del Castillo.

La Duquesita
Salón de té. Foto: La Duquesita.

Dos meses después de su cierre, sin embargo, el prestigioso maestro pastelero Oriol Balaguer, junto a Ana Vázquez y María Eugenia Soriano, tomaba las riendas del negocio y reabría La Duquesita, con la misma figurita de alabastro de la que toma el nombre, las mismas vitrinas, mostradores y espejos centenarios e incluso el grabado en la fachada: ‘bombones y caramelos finos’.

Balaguer mantuvo también la esencia, ahora vestida con una nueva carta de hojaldres, postres, tartas, chocolates, trufas y bombones elaborados a diario en el obrador de la tienda que además se complementa con productos de temporada, como las colecciones de Navidad, con turrones, abetos de chocolate, panettone y roscón de reyes, o los dulces especiales de Semana Santa o San Isidro.

Entre los imprescindibles, la tarta de limón, la Sacher y la milhojas aunque, personalmente, me quedo con las palmeras de chocolate y el croissant de toda la vida.

Palmera de chocolate La Duquesita
Las palmeras de chocolate de La Duquesita están entre las mejores de Madrid.

Además de la pastelería, Balaguer incorporó en 2021 un salón de té contiguo al establecimiento donde se pueden saborear todas sus delicias.

Antigua Pastelería del Pozo

Somos la pastelería más antigua de Madrid, afirman sin rubor desde la Antigua Pastelería del Pozo. Y es que para rastrear los orígenes de esta confitería aún ubicada en el número 8 de la calle del mismo nombre paralela a la Carrera de San Jerónimo, a pocos pasos de la Puerta del Sol, hay que remontarse a 1830.

Fundada por la familia Agudo aunque cambió de manos a la familia Leal en 1930 -cuya tercera generación la regenta en la actualidad- también es una de las más bonitas, con su mobiliario original, su lustroso mostrador de mármol y madera sobre el que se han despachado ya toneladas de dulces, su máquina registradora antigua, su balanza clásica de dos platos y sus lámparas de gas.

A lo largo de los años, han pasado por este establecimiento todo tipo de ilustres personajes, desde Jacinto Benavente a Pío Baroja, Gregorio Marañón y Jiménez Díaz, que discutían sobre si los dulces se debían tomar antes, durante o después de las comidas.

Lo mejor, sin embargo, es que ha logrado también conservar el sabor de antiguo obrador, las recetas tradicionales y la elaboración artesanal, entre las que destaca su famoso hojaldre.

Antigua Pastelería del Pozo, Madrid
Foto: Antigua Pastelería del Pozo.

Hojaldres como decíamos (y especialmente la bayonesa, su producto estrella), pero también bartolillos de crema, cocos, yemas, pastas de te o torteles, además del roscón de reyes, que aquí se hace todo el año (bajo encargo) siempre sin frutas ni relleno.

Casa Mira

Desde 1842 atiende al público Casa Mira (Carrera de San Jerónimo, 30), primera tienda de turrones en la capital, que fundó Luis Mira tras abandonar su Jijona natal con 21 años, dos mulas y un carro cargado de turrones y probar suerte en la gran ciudad.

En Madrid, comenzó a ofrecer sus dulces primero en un puesto en la Plaza Mayor, allá por 1842, y en 1855 abrió la tienda que hoy sigue recibiendo a sus clientes entre paredes revestidas de caoba y espejos en los que atisbar reflejos de épocas lejanas.

Pastelería Casa Mira,  Madrid
Foto: Casa Mira.

Tal era la calidad de sus turrones, 100% elaborados artesanalmente, que Luis Mira logró convertir su negocio en proveedor de la Casa Real y sus dulces surtían las mesas de Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII, María Cristina y Alfonso XIII.

180 años después, los actuales ‘Hijos sucesores de Luis Mira’, como reza el rótulo de la entrada, constituyen la sexta generación que desciende por línea directa de aquel Luis Mira, encabezados por su tataranieto Carlos Ibañez Méndez, que continúa conservando los métodos artesanales y garantizando la mejor calidad.

Su especialidad sigue siendo el turrón, de Alicante, Jijona, chocolate, yema tostada, guirlache o turrón de nieve, una suerte de mazapán, todos ellos vendidos al corte y en tabletas.

Vitrinas tan bonitas como tentadoras. Foto: Casa Mira.

Además, ofrecen un amplio surtido de mazapanes, bombones, imperiales, frutas glaseadas, marrón glacé, pan de Cádiz o glorias, elaboradas con almendra marcona, así como las clásicas lenguas de gato, torrijas y caramelos de violeta.

La Pajarita

Durante su primera época, entre 1852 y 1927, la actual bombonería La Pajarita (Villanueva, 14) no tenía nombre. Lo abrieron Vicente Hijós Palacio y Lorenza Aznárez en la Puerta del Sol número 6 como despacho de Bombones, Caramelos, Chocolates y Thés.

Fue Miguel de Unamuno años después el que sugirió a Vicente Hijós, con el que coincidía en el Café de Levante, que adoptase este nombre, en homenaje a la popularidad de la papiroflexia en la época, que los tertulianos de los cafés practicaban con los sobres de azúcar. Así se registró como La Pajarita en 1927.

Proveedor del Congreso de los Diputados, Senado, Asamblea de Madrid, Consejo de Estado, Consejo General del Poder Judicial y numerosas Reales Academias y Colegios Profesionales, La Pajarita nunca cerró sus puertas, ni siquiera durante la Guerra Civil, cuando servía de refugio a los vecinos e incluso alojaba misas clandestinas.

Foto: Bomboneria La Pajarita.

En 1969 se abrió una segunda tienda, en Villanueva, 14, y en 1991 se cerró la sede original. Desde 2018 está al frente del negocio Rocío Aznárez Ramos, sexta generación de la familia Aznárez.

Entre sus productos destacan, claro, los caramelos que siguen elaborándose con las recetas originales de los fundadores, especialmente las violetas, que se inventaron aquí, y sus emblemáticos “caramelos clásicos de la pajarita” con 17 sabores distintos y envueltos en un reconocible papel.

Además son espectaculares sus trufas y bombones y no hay que dejar de probar sus pajaritas de chocolate, así como el marrón glacé, con receta secreta.

Las vitrinas y mostradores son de mediados del XIX y las cajas de los años 30. Foto: Bombonería La Pajarita.

El Riojano

Desde hace 167 años ofrece también sus delicias El Riojano (Calle Mayor, 10), otro pedacito de historia gastronómica de Madrid que fundó en 1855 el que fuera pastelero personal de la reina María Cristina de Borbón, el riojano Dámaso Maza.

Maza no tuvo descendencia por lo que el negocio pasó a mano de sus dos maestros pasteleros, quienes tuvieron la visión de unir a sus hijos en matrimonio para asegurarse la perpetuidad de la casa, como ha así fue durante siete generaciones hasta que los actuales propietarios, como pasó con Dámaso Maza, lo recibieron de sus jefes por falta de descendencia.

Su decoración interior, desde los estucados en el techo a las lámparas y apliques isabelinos, los magníficos mostradores y las vitrinas, construidos por ebanistas de palacio con caoba traída de Cuba, bronces y mármoles de Carrara se han mantenido a lo largo de las décadas, así como elementos como la caja registradora y la báscula antigua.

Pastelería El Riojano, Madrid
Foto: El Riojano.

Además de la tienda, El Riojano cuenta desde 1990 con un acogedor salón de té donde disfrutar in situ de todas las delicias que surten las atestadas vitrinas, como bartolillos, tartas de manzana, pastas de té y del consejo, una especie de pasta de limón.

En épocas navideñas causa furor la anguila de mazapán (hacen también polvorones y mazapanes) y en temporada de torrijas arrasan con las suyas, de leche o vino, con un toque cítrico de limón que se aprecia junto a la canela y con uno de los rebozados más finos y ligeros de los que se pueden encontrar en Madrid.

Viena Capellanes

En 1873, Matías Lacasa obtuvo el privilegio, otorgado por la Oficina de Patentes (entonces conocida como Real Conservatorio de Artes), de fabricar en exclusiva el pan de Viena en la capital durante diez años. Más fino que el candeal, se convirtió en un “pan de lujo” que tuvo gran aceptación.

Tienda en la calle Toledo. Foto: Viena Capellanes.

En vista del éxito, Lacasa y su esposa, Juana Nessi, pusieron una tahona en la actual calle de la Misericordia conocida entonces como de Capellanes porque ahí estaba la residencia de los capellanes de la Casa Real. Así, el público de Madrid iba a “comprar el pan de Viena a Capellanes” y de ahí le quedó el nombre para toda la vida.

Cuando enviudó sin hijos, Juana pidió ayuda a sus sobrinos Pio y Ricardo Baroja para que la ayudaran a seguir con el negocio, una época en la que incluso abrieron sucursales del negocio. Un joven aprendiz, Manuel Lence, acabaría comprando el negocio, introduciendo nuevas especialidades de pan, pero también chocolates, café, fiambres y toda una gama de pastelería que se convirtió en protagonista de los famosos salones de té y del Café Viena, abierto en 1929.

Para entonces, la empresa ya contaba con 16 sucursales y con hermosos coches con los que realizaba el reparto a domicilio. Entre sus clientes estaban los mejores hoteles y la mismísima Casa Real.

Viena Capellanes de la calle Goya.

Hoy el grupo Viena Capellanes cuenta con 25 establecimientos en Madrid y, aunque el pan de Viena hace tiempo que dejó de ser la estrella, siguen encandilando al público con su tarta sacher, pasteles, bartolillos o buñuelos, bollería o roscones, así como propuestas saladas, entre ellas sus famosos sándwiches.

La Mallorquina

No ha existido un obrador más céntrico en Madrid que el de La Mallorquina. A pocos metros de señal que indica el KM 0 en la Puerta del Sol, la pastelería fue fundada en 1894 por tres mallorquines (Balaguer, Coll y Ripoll) que comenzaron vendiendo ensaimadas, sobrasadas, fiambres, conservas de calidad o jamón dulce servido con huevo hilado.

Pronto el establecimiento (el original estaba en la calle Jacometrezo) cobró vida con animadas tertulias donde poetas, escritores, políticos o miembros de la Casa Real bebían café, chocolate o cerveza en un local elegante atendido por camareros que vestían frac y hablaban francés.

Ya por entonces el local lucían vitrinas repletas de bombones, bartolillos, merlitones, torteles o rusos. Confiteros de primer nivel, como Teodoro Bardají, convirtieron el obrador en un fascinante obrador artesanal donde rezumaban harinas, huevos o azúcar.

Foto: La Mallorquina.

Hoy los maestros pasteleros siguen elaborando, desde las 6 de la mañana, dulces que inundan la Puerta del Sol con su aroma inconfundible y que desde sus vitrinas exteriores funcionan como un irresistible imán.

En el salón de té de la planta de arriba, además de vistas privilegiadas al epicentro de Madrid, se puede disfrutar de cualquiera de los dulces y salados que integran su carta. Entre los preferidos, las napolitanas (de crema o chocolate), las bambas, las trufas y, en temporada, el roscón.

a.
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