Royal Dubái: el postre que convierte el lujo en una experiencia sensorial
Probamos la última creación de La Compagnie des Desserts y entendimos por qué el nombre “Dubái” ya suena a sinónimo de placer

Sosteniendo uno de los macarons de Royal Dubái, el nuevo postre de La Compagnie des Desserts. Foto: Alba Carbajal
El Royal Dubái tiene esa clase de belleza que no necesita adornos. Su diseño es limpio, con una capa de chocolate firme que se rompe con facilidad y una combinación de tonos verdes y marrones que ya anticipan lo que viene: una fusión perfecta entre cacao y pistacho.
A primera vista, transmite equilibrio y sofisticación. Pero es al probarlo cuando realmente se revela su carácter.
Bajo la capa de chocolate se esconde una base de macaron de cacao intenso, ligeramente húmeda, que sostiene un corazón cremoso de pistacho 100% natural. La sorpresa llega con el toque crujiente del kadaïf, esos hilos finísimos de masa dorada típicos de la repostería oriental, que aportan textura y un sutil sabor tostado.
El conjunto tiene ritmo y armonía: lo crujiente y lo cremoso, lo dulce y lo salado, lo occidental y lo oriental.
El sabor que define una tendencia
No es casualidad que el chocolate Dubái se haya convertido en la tendencia más comentada en el mundo de la pastelería. Su mezcla de influencias de Oriente Medio con técnicas clásicas europeas está marcando una nueva etapa en el universo del dulce.
La Compagnie des Desserts, siempre atenta a los movimientos del mercado, ya había explorado este perfil de sabor con su helado estilo Dubái, uno de sus mayores éxitos. Ahora, con el Royal Dubái, da un paso más: una versión pastelera más sofisticada, pensada para compartir y disfrutar sin prisa.
El formato responde a los nuevos hábitos de consumo: postres con presencia en la mesa, ideales para disfrutar entre varios y con un gran impacto visual. Es de esos dulces que invitan a sacar la cámara, sí, pero sobre todo la cuchara.
El Royal Dubái es una creación exclusiva para el canal horeca. No se encuentra en vitrinas ni tiendas, sino en las cartas de restaurantes y hoteles que buscan ofrecer algo especial.
Cada pieza se elabora de forma artesanal, con el cuidado y precisión que caracterizan a La Compagnie des Desserts. Detrás de su aparente sencillez hay un trabajo técnico impecable, pensado para mantener la textura perfecta incluso en servicio.
El resultado es un postre que combina lo mejor de dos mundos: la regularidad y control de una gran casa pastelera y la calidez de un producto que parece salido del obrador de un chef.
Una experiencia equilibrada y memorable
Lo mejor del Royal Dubái es su equilibrio. La capa de chocolate aporta un toque amargo que realza el dulzor del pistacho. El kadaïf, con su textura crujiente, rompe la monotonía y añade una dimensión extra. Y la base de macaron une todos los elementos con sutileza.
Cada cucharada tiene una evolución: primero el crujido del chocolate, luego la suavidad del pistacho y, por último, un final tostado y ligeramente salado. Sorprende, no abruma, y deja ganas de repetir. Es un postre que se disfruta de verdad, sin necesidad de grandes discursos.
En una época en la que muchos postres buscan impresionar por la apariencia, el Royal Dubái apuesta por el contenido. Tiene una estética cuidada, pero lo que realmente convence es su sabor.
No necesita ser llamativo para destacar: lo hace desde la honestidad del producto bien hecho. Es un lujo tranquilo, accesible, de esos que se recuerdan más por lo que hacen sentir que por cómo se ven.
Valoración final
El Royal Dubái representa la mejor versión de la nueva pastelería contemporánea: innovadora, multicultural y sincera. La Compagnie des Desserts ha conseguido convertir una tendencia global en un postre con identidad propia.
Perfecto para compartir en un restaurante o para cerrar una comida especial, es un dulce que deja huella, tanto por su equilibrio de sabores como por la historia que cuenta: la de un viaje entre el Mediterráneo, Oriente Medio y la tradición pastelera francesa.
En definitiva, el Royal Dubái no es solo una moda, sino un nuevo clásico que demuestra que la alta repostería puede ser cercana, auténtica y, sobre todo, deliciosa.