Somos una gran familia

Sin el clima y la naturaleza no sería posible nada de lo que conocemos hoy por vida; ellos son nuestros progenitores existenciales, los que han hecho posible que existamos

Imagen de archivo del banco de Loiba

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Un planeta perfecto (2021) es una miniserie de televisión, dirigida por Huw Cordey y Nick Shoolingin-Jordan y narrada por el gran naturalista David Attenborough. En sus cinco episodios se describe nuestro mundo: tamaño, giro e inclinación, distancia del Sol, la Luna, cómo las fuerzas de la naturaleza, incluidos los humanos, impulsan y dan forma a la vida en la Tierra y cómo se adapta perfectamente a nuestra existencia, es decir, nosotros a ella.

El título ya lo dice todo, pues solo hace falta mirar al espacio para comprobar que no hay otra cosa igual a nuestro planeta azul y, sobre todo, algo tan especial como la vida; pues con todos nuestros adelantos, sistemas y tecnologías no hemos constatado vestigio alguno que pueda llamarse o sea igual a lo que hay aquí. Utilizando un símil, estamos hablando de que el más grande de los “premios” que hay en todo el Universo conocido nos ha tocado, lo tenemos y disfrutamos. Además, dentro de todo lo que habita y está en la Tierra, nos consideramos como la especie, seres o entes más avanzados, más inteligentes, más desarrollados, más evolucionados, los “número uno” de cuanto existe o es.

Visto así y en conjunto, nuestro planeta es o resulta único, la joya del universo conocido. Cualquiera desearía estar, pertenecer, tener su morada y desarrollar su existencia en un lugar como este, “sin quitar ni poner una coma”, como decimos popularmente. Recurriendo al manido e hipotético observador externo, y si se compara con nuestro alrededor espacial, consideraría que esto es el paraíso; por lo que quienes lo habitamos debemos ser unos privilegiados y estar orgullosos y satisfechos por ello; dando además por sentado, lógicamente porque si no sería de estúpidos, que así lo estimamos, que cuidamos de ello y que formamos un conjunto único, como una gran familia.

Pero como en toda familia, también aquí “se cuecen habas”, sobre todo nuestra especie. No hay más que mirar el panorama actual para sacar la conclusión que andamos más a la greña que disfrutando de este edén único e irrepetible. Incluso no solo nos dedicamos a pelearnos entre nosotros sino que destrozamos el medio. Como vengo diciendo en esta serie de artículos, si supiésemos el valor que tiene todo esto, sobre todo la vida, no estaríamos tan tranquilos provocando la extinción de una especie cada diez minutos, unas 150 al día, como se pone de manifiesto en la serie aludida.

En lugar de abrir nuestra mentalidad y ser conscientes del privilegio existencial que nos ha tocado en gracia vivir, en lugar de ponerlo en valor, lo que solemos hacer es estrechar círculos cada vez más limitados, adscribiéndonos a culturas, territorios, etnias, gobiernos, ideologías, grupos o núcleos familiares determinados, mientras que lo demás es el resto, los otros, los diferentes, incluso los enemigos.

En lugar de abrir nuestra mentalidad y ser conscientes del privilegio existencial que nos ha tocado en gracia vivir, en lugar de ponerlo en valor, lo que solemos hacer es estrechar círculos cada vez más limitados

Es decir, en lugar de considerar nuestro ámbito existencial en referencia al conjunto del planeta, lo reducimos a coordenadas y referencias existenciales limitadas. Cuando resulta que la perspectiva es otra, tal y como se puede comprobar por la odisea universal y planetaria que nos ha conducido hasta el presente. Pero, en cambio, hemos dado demasiadas pruebas de nuestro etnocentrismo o egoísmo como especie y también a escala grupal e individual. Y así tenemos el concepto de familia solo adscrito a nuestros lazos de sangre y hasta antropomorfizamos a nuestro padre y madre celestiales. Más todas las desigualdades entre nosotros, así como el espíritu de lamento, queja y sacrificio con el que nos dotamos culturalmente. Etcétera.

Sin el clima y la naturaleza no sería posible nada de lo que conocemos hoy por vida; ellos son nuestros progenitores existenciales

Un cambio de mentalidad y cultural, como ya escribí aquí en el artículo “C. C.”, debería hacernos ver y comprender que tenemos unos padres existenciales más cercanos y tangibles. Sin el clima y la naturaleza no sería posible nada de lo que conocemos hoy por vida; ellos son nuestros progenitores existenciales, los que han hecho posible que existamos, al propiciar las condiciones y demás procesos necesarios y sin los cuales nada de nuestra inteligencia, economía o maravillas tecnológicas serían ni imaginables. Sin las condiciones climáticas o sin el vientre materno del entorno natural esto sería como Venus o Marte. Pero un análisis freudiano, haciendo honor al título de enfants terribles del planeta con el que he calificado aquí a nuestra especie, por no recordar también nuestro papel ecocida o fraticida, podría decirnos que nos revelamos contra nuestro padre con el cambio climático que estamos provocando; mientras que contra nuestra madre existencial cometemos un montón de abusos, desde incendios devastadores a ensuciarla y contaminarla con todo tipo de materiales, pasando por una explotación de sus recursos que llega a la extenuación y una larguísima lista más de tropelías y sinsentidos por el estilo.

Y así como queremos y estamos dispuestos a dejarnos la piel por “los nuestros”, deberíamos comprender, de una vez por todas, que las referencias culturales que solemos tener son limitadas al entorno humano, cuando sabemos y se demuestra, como en la serie documental referida, que formamos parte y somos producto o vástagos de este planeta, junto con un montón de seres y entes más. Así que a ver si vamos ampliando nuestros círculos y vínculos existenciales y no estrechándolos y enfrentándonos a todo como hasta ahora. No vaya a ser que vuelva a tener razón Albert Einstein con respecto a la infinitud de nuestra estupidez.

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