Sevilla más allá de Sevilla: los pueblos más bonitos de la provincia

De Écija a Osuna y de Utrera a Carmona, entre viñedos, tesoros barrocos, escenarios de ‘Juego de Tronos’ y la calle más bonita de España, visitamos los pueblos con más encanto de Sevilla

Iglesia de San Juan Bautista, Écija.

Écija es uno de los pueblos mas bonitos de Sevilla. Foto: Turismo de Andalucía.

Hemos paseado por la Plaza de España y buscado la sombra del parque de María Luisa en Sevilla, recorrido los barrios de Santa Cruz y Triana, callejeado por la antigua judería y encontrado su corazón bohemio en la Alameda de Hércules, nos hemos subido a sus azoteas y hemos encontrado los restos de un hammam árabe hoy integrados en los salones de una taberna.

Sevilla no se acaba nunca y, de hecho, sigue sumando atractivos, de las famosas Setas al nuevo Nobu Hotel que la misma Plaza del Ayuntamiento.

Y, sin embargo, hay mucha Sevilla más allá de Sevilla. Tierra de conquistadores y marineros, de artesanos y orfebres, con huellas romanas, musulmanas y cristianas, arte barroco y contemporáneo, sierras y pueblos blancos, dehesas y arrozales, flamenco y caballos, palacios y cortijos, los 14.036 km2 de la provincia están llenos de tesoros que incluyen, entre otros, la calle más bonita de España y un toque de campanas que ha sido reconocido como Patrimonio Mundial por la UNESCO.

De la Campiña al Guadalquivir y del Aljarafe a Sierra Morena, un total de 106 localidades atesoran uno de los patrimonios más ricos de Andalucía y de España. También algunos de sus pueblos más bonitos.

Calle San Pedro en Osuna. Foto: Prodetur.

Osuna: Juego de Tronos y la calle más bonita de España

Entre la campiña sevillana y el límite de la Sierra Sur (Subbética), rodeadas de olivares y cultivos, emergen las torres y campanarios bañados de sol de Osuna.

Ni los imponentes tesoros de La Colegiata, que incluyen obras de arte firmadas por José de Ribera El Españoleto, Juan de Mesa, Martínez Montañés, Juan de Zamora, Duque Cornejo o Pedro de Ribadeo, así como el panteón de los duques de Osuna -casi un Escorial a pequeña escala-, ni la Universidad renacentista o Convento de la Encarnación pueden hacer sombra, sin embargo, a la calle San Pedro.

Casi un museo al aire libre, aquí se concentra el mayor número de casas-palacio de Europa. Renacentistas y barrocas, de imponentes fachadas con escudos nobiliarios y ocupando manzanas enteras, se suceden formando un asombroso conjunto que le ha valido el título de la calle más bonita de España y segunda de Europa otorgado por la UNESCO.

Palacio del Marqués de la Gomera. Foto: Prodetur.

El Casino de Osuna, el convento de la Concepción, de donde salen los famosos bizcochos marroquíes que rivalizan en fama con las aldeanas, el dulce por excelencia ursaunense, y el Coto Las Canteras son otros lugares que no hay que perderse en la localidad, como tampoco la Plaza de Toros, famosa por haber servido de escenario para la serie Juego de Tronos.

De hecho, no hay que dejar de pasar por Casa Curro y, entre tapa y tapa, recordar cómo el coso fue transformado, para la quinta temporada de la serie de HBO, en la Fosa de Daznak de Meeren donde tiene lugar la lucha de gladiadores en la que Daenerys es víctima de una emboscada por parte de los Hijos de la Arpía (y de la que escapa volando, por primera vez, a lomos de uno de sus dragones).

Écija, ciudad de las torres y el sol

Desde que los romanos la fundaran con el nombre de Astigi en tiempos del emperador Augusto, Écija nunca ha perdido su esplendor, hoy visible especialmente en sus numerosos palacios y, especialmente, sus 11 torres, que se destacan en su paisaje urbano dando lugar a un reconocible skyline.

11 torres dibujan el perfil de Écija. Foto: Turismo de Andalucía.

De ahí su apodo como ‘La ciudad de las torres’, aunque también se la conoce como ‘La ciudad barroca’,La ciudad del sol’ y ‘la sartén de Andalucía’ (por esto último es mejor evitarla en pleno verano).

Cualquier otro momento del año, sin embargo, es perfecto para conocer esta ciudad a 86 km de Sevilla y a orillas del río Genil y descubrir el poderío que imprimieron en sus calles sus antiguos habitantes que, en el siglo XVIII, ostentaban nada menos que 40 títulos nobiliarios, 13 de ellos Grandes de España.

Palacio de los Marqueses de Peñaflor en Ecija
Palacio de los Marqueses de Peñaflor en Écija. Foto: Turismo de Andalucía.

A ellos debemos casas-casas palacio como el Palacio de Peñaflor, referente del barroco ecijano con el balcón más largo de Europa, de 59 metros, y una fachada curva está decorada con pinturas al fresco.

El Palacio de Benamejí guarda otro de sus grandes tesoros, este de época romana: la escultura de la Amazona Herida del siglo II, así como espléndidos mosaicos y un recomendable restaurante para comer entre obras de arte clásico: Las Ninfas.

Un festín de arte barroco en sus iglesias -en tiempos se llegaron a dar 1.000 misas diarias-, que derrochan capillas y retablos, columnas salomónicas y molduras retorcidas, púlpitos de mármol y alabastro, cornisas ondulantes, cúpulas y frescos, hojarasca, claroscuros, trampantojos y órganos hará imposible dejar de recordar Écija envuelta en pan de oro.

Iglesia de Santa María en Écija. Foto: Turismo de Andalucía.

Carmona, el lucero de Europa

Arte e historia envuelven a Carmona, otro de los pueblos más bonitos de Sevilla que encontramos en la Campiña.

Poblada desde tiempos prehistóricos (es una de las ciudades más antiguas de Europa), cada paso por uno de sus callejones nos puede transportar a una época distinta, de sus orígenes neolíticos a la rebelión de Julio César en la Roma del 69 a.C., pasando por la lucha tras la invasión musulmana.

Museo de la ciudad, Carmona. Foto: Turismo de Andalucía.

La mejor vista se obtiene desde la Torre del Oro (sí, como la sevillana) del Alcázar: cinco iglesias, conventos, casas palacio y hermosos patios que siguen siendo oasis frescos frente al calor.

Las callecitas de los barrios de San Felipe, la Antigua Judería o Arrabal, perfectamente encaladas y perfectamente blancas, concentran las mejores muestras de arquitectura popular, que se alternan con la romana Puerta de Sevilla, la Plaza del Mercado de Abastos, el Palacio de los Rueda o la Casa Palacio del Marqués de Torres, hoy convertido en el Museo de la Ciudad.

Y como no todo van a ser monumentos, Carmona ofrece una excelente cultura del tapeo, con especialidades como las alboronías, de reminiscencia árabe, a base de calabaza y calabacín, las espinacas con garbanzos, las alcachofas con ibérico, el salmorejo, las tapas de melva y, por supuesto, la pringá, un mollete de miga densa y cierto regusto ácido con un buen chorro de aceite de oliva virgen, tomate y jamón o bien untado con la muy andaluza manteca colorá.

Alboronías de Carmona. Foto: Turismo de Andalucía.

Flamenco y campanas en Utrera

En lo alto del campanario de la iglesia de Santiago el Mayor están algunas de las famosas campanas de Utrera que, desde hace más de 500 años, acompañan con un idioma propio la vida en este municipio asentado entre las marismas del Guadalquivir y la campiña sevillana y cuyo toque fue reconocido en noviembre de 2022 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO (junto a las de Palencia, Albaida y Zamora).

La de las campanas no es, sin embargo, la única banda sonora de este pueblo (por decir algo, ya que cuenta con más de 51.400 habitantes).

Cuna de enormes artistas flamencos como Fernanda y Bernarda, Bambino, Enrique Montoya, Gaspar de Perrate o Inés de Utrera, Ramón Priego o Pitín de Utrera, el flamenco aquí es una manera de encarar la vida.

Las campanas de Santa María de la Mesa rivalizan con las de Santiago en Utrera. Foto: Turismo de Andalucía.

De hecho, utrerano es el primer y más antiguo festival de flamenco del país, el Potaje Gitano, que celebró su primera edición en 1957 y que desde entonces sigue reuniendo cada último fin de semana de junio a lo mejorcito del cante, el toque y el baile de este arte que también está declarado por la Unesco Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

En la Campiña sevillana, Utrera es también el origen la cría del toro de lidia y las primeras ganaderías de la tauromaquia, como las de Vistahermosa, Vázquez y Cabrera.

Entre los lugares que no hay que perderse, además, por supuesto, de un espectáculo flamenco, las iglesias de Santa María de la Mesa con su torre de 60 metros de altura, y Santiago el Mayor, el antiguo palacio de los Condes de Vistahermosa, hoy sede del Ayuntamiento, una extravagancia con salones chinescos, árabes y pompeyanos, el Convento de las Madres Carmelitas y el Hospital de la Santa Resurrección.

Tampoco hay que dejar de darse una vuelta por el Callejón del Niño Perdido ni por la plaza del Altozano, eso sí, después de haber entrado en alguna de sus pastelerías y confiterías y haber comprado sus clásicos mostachones.

Callejón del Niño Perdido. Foto: Prodetur.

Cazalla de la Sierra

Nos movemos ahora a la Sierra Norte para visitar Cazalla de la Sierra, un pueblo donde el blanco de las casas contrasta con el verde de su sierra y el azul de la ribera del Huéznar.

Famoso por su anís y su licor de guindas (en muchos lugares se sigue llamando al aguardiente con el nombre genérico de Cazalla), esta localidad que llegó a ser capital de España durante un verano (así lo decidió el rey Felipe V en 1730).

Cazalla de la Sierra. Foto: Turismo de Andalucía.

Conocer sus bodegas y viñedos sigue siendo una buena forma de adentrarse en la localidad, además de sus destilerías históricas como El Clavel y Miura, pero también simplemente pasear por sus calles de casas blancas y viviendas señoriales hasta llegar a la Plaza Mayor, donde se encuentra la iglesia de Consolación, adosada a la muralla almohade.

Otras iglesias se han rehabilitado después para diferentes funciones, como la de San Benito, hoy convertida en hotel de cuatro estrellas, el antiguo convento de San Francisco, en cuyo claustro se sitúa la Plaza de Abastos, el convento de Santa Clara, utilizado como centro de enseñanza, o el de San Andrés, actual sede del Ayuntamiento.

Pero si existe un monumento de gran envergadura, reconvertido en un majestuoso hotel, ese es el monasterio de la Cartuja, a las afueras del pueblo, declarado Bien de Interés Cultural.

Vista de calle en Cazalla de la Sierra (Sevilla)
Cazalla de la Sierra. Foto: Turismo de Andalucía.

Tras conocer el pueblo, solo queda perderse por el Parque Natural: el sendero las Laderas, el Huéznar o la Ruta Molino del Corcho, cualquiera de ellas hará las delicias de los amantes de la naturaleza y los deportes al aire libre.

Estepa, la ciudad del mantecado

Visitar Estepa, en la Campiña sevillana, es literalmente una delicia. El olor a canela de sus fábricas de mantecados y polvorones envuelve toda la localidad, que se desliza desde el cerro de San Cristóbal, su punto más alto, donde reina imperante el recinto fortificado.

Torre de la Victoria, Estepa. Foto: Turismo de Andalucía.

Con el título de Conjunto Histórico-Artístico y una historia que se remonta a Neolítico, con pobladores cartagineses, romanos, musulmanes y cristianos, fue sede de los maestres de la Orden de Santiago desde 1267 y hasta que, en 1559, la compraron los primeros marqueses de Estepa.

Situados en el casco histórico, ponemos rumbo a las preciosas calles de la Libertad y Torralba, esta con el nombre de una famosa bandolera. Desde aquí se llega a la Torre de la Victoria, de estilo barroco y tan valioso que le ha valido la catalogación de Monumento Nacional.

En el barrio de las Angustias, por su parte, se descubre la pequeña Capilla de Montserrat, dentro de una antigua torre molinera. Aunque, para conocer los orígenes de esta localidad hay que subir al cerro de San Cristóbal desde donde, además de las vistas que ofrece el Balcón de Andalucía, se pueden visitar los restos de la Alcazaba.

Convento de Santa Clara en Estepa. Foto: Turismo de Andalucía.

En el Convento de Santa Clara hay que probar el bienmesabe que elaboran las monjas, una delicia artesana, y luego, ya sí, entregarse a mantecados y polvorones de alguna de las 24 fábricas que existen en la localidad, el vino local en una de sus dos bodegas o la esencia del aceite de oliva virgen extra en la cooperativa Oleoestepa.

Marchena

En el valle del Guadalquivir, a 63 km de Sevilla, encontramos Marchena, uno de los pocos municipios de la provincia que conserva su arquitectura árabe.

Para rastrear su pasado andalusí hay que tomar como punto de partida el Arco de la Rosa, el emblema del pueblo, en realidad la Puerta de Sevilla de la muralla con su correspondiente leyenda sobre el romance de una princesa mora y un cristiano.

Arquitectura andalusí en Marchena. Foto: Turismo de Andalucía.

En la ruta se pasa también por la Puerta del Tiro que unía la ciudad medieval con el alcázar defensivo (en Semana Santa aquí se cantan las famosas saetas moleras de Marchena) y por la Iglesia de Santa María de la Mota, antiguamente una mezquita.

El barrio de San Juan, por su parte, fue testigo de otra época de esplendor del pueblo, cuyas huellas se rastrean en casas palaciegas y edificios con la cruz de la Orden de Malta. En su plazuela se ubica la Iglesia de San Juan Bautista, cuyo interior alberga nueve obras de Francisco Zurbarán.

Panorámica de la Iglesia de San Agustín en Marchena.
Iglesia de San Agustín en Marchena. Foto: Turismo de Andalucía.

Para reponer fuerzas durante el paseo, para en el convento de la Plaza de San Andrés y compra la torta de hoja, un exquisito dulce marchenero, y luego continúa hacia el Parque Isidro Arcenegui, donde una escultura recuerda al cantaor y creador de las colombianas, Pepe Marchena, que también conecta esta localidad con el flamenco.

La tradición andalusí sigue impregnada en platos como la sangre encebollada con tomate o las espinacas con garbanzos aunque si hay un plato que debes probar es el mollete marchenero, una delicia en forma de desayuno que, con aceite de oliva de la tierra, es el mejor chute de energía.

a.
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