Dudas y certezas después del apagón
Posiblemente se deba de repensar el diseño de un sistema eléctrico centralizado, mastodóntico, que cronifica las desigualdades y puede ser vulnerable, como se experimentó el pasado lunes

Las calles de la ciudad sin luz durante el apagón, a 28 de abril de 2025, en Vigo, Pontevedra, Galicia (España)
El apagón del pasado lunes parece que ha servido para revolucionar el estado de opinión, poner patas para arriba y cuestionar, de nuevo, el modelo fiable y necesario de transición energética en el que nos encontramos. Reviven mensajes de apuesta por las nucleares o incluso por las fósiles, porque garantizan, aparentemente, la seguridad del sistema.
Los hechos acontecieron en torno a las 12:30h. Un día soleado en el que, como en tantos otros días de abril, la demanda era atendida fundamentalmente por energías renovables (más del 80%). La tecnología líder que más electricidad estaba suministrando era la energía solar fotovoltaica, con más del 50%: podemos decir, algo “normal”, justo coincidiendo con la aproximación al máximo de electricidad generada diaria, al estar en torno al mediodía y ser un día especialmente claro y soleado, aún no muy caluroso. En ese momento, en un período corto de 5 segundos sucedió algo inédito: la producción solar fotovoltaica pasó de aportar una producción de 18 gigawatios a apenas 8. Una caída drástica de casi el 60% en la tecnología suministradora principal en ese momento. La producción eléctrica pasó a apenas la mitad en segundos.
Posiblemente le cause extrañeza al lector que los técnicos hablen de la difícil gestionabilidad de las energías renovables o su interrumpibilidad como justificación para que se diera el comentado apagón y que esta difícil gestionabilidad se dé justo en el máximo de producción solar fotovoltaica, al mediodía, un flujo solar que no cayó (el viento sí que puede parar bruscamente de soplar). Otra cosa a estudiar está en si el problema estuvo en un error de comunicación del propio sistema, que aúna digitalización y electricidad, como dos caras de una misma moneda.
Y es que a medida que van pasando las horas, vamos conociendo una condición o concepto clave a nivel técnico, que es la necesidad de que el sistema esté equilibrado gracias a la sincronía en cuanto a la generación. Sincronía que suelen dar tecnologías de carga base (ejemplo clásico es el de la nuclear), que son aquellas que están en el sistema para darle, digamos, un ritmo continuado y una cadencia a la que se sumen las renovables a medida que van entrando. Y todas “bailen” al mismo ritmo, necesario para casar la oferta y la demanda en cada momento.
Los expertos señalan que precisamente esta alta penetración de renovables en el mix fue lo que hizo que llegado el momento se perdiera ese “ritmo”, porque la cantidad de tecnologías de carga base que estaban generando no bastó para mantener la cadencia que permitiera enviar la electricidad generada a los puntos donde era demandada.
Aún a la espera, un tanto larga, de mayores explicaciones por los diversos actores que participan del sistema eléctrico, y que se convierte en el caldo de cultivo de especulaciones, es posible que haya llegado el momento de replantearnos algunas cosas que, quizás, dábamos por fijas y que conviene cuestionar, por si se pueden mejorar.
Las renovables son la solución, no deben ser cuestionadas
Uno de los elementos clave es el propio diseño del sistema eléctrico. Planteado como una gran red más o menos centralizada que toma a la propia península como un todo. El sistema se convierte así, en parte, en un gigante “ineficiente” desde el punto de vista energético: hay que enviar a largas distancias energía producida principalmente en pocos territorios que suelen ser excedentarios, y que producen más energía que la que necesitan para surtir a otros deficitarios. Así, en vez de acercar los centros de consumo industrial y empresarial a los territorios productores de electricidad, son criterios políticos (entre los que destaca el beneficio de la capitalidad) los que se siguen para permitir una acumulación desigual de economía en centros económicos que son (muy) deficitarios en generación eléctrica. Sobreviven gracias a la solidaridad de los territorios productores.
No sólo sucede esta “ineficiencia”, sino que además los territorios productores no se benefician de dicha generación porque se decidió (hasta ahora) no diferenciar la electricidad producida por código postal. La electricidad se genera en el Estado para el Estado. La diferenciación por código postal permitiría establecer algún tipo de compensación hacia los territorios que la producen, que asumen las externalidades negativas de dicha generación, y que pagan la electricidad al mismo o incluso a un precio mayor que aquellos que no generan la suficiente para cubrir su demanda.
Adicionalmente, se ha de señalar, que el apagón evidenció un mal trato hacia los territorios productores del sistema, que vieron como otras zonas del Estado se “encendían” hacia media tarde del mismo día. Contrariamente, estos territorios generadores no volvían a “enchufarse” al sistema hasta bien pasada la madrugada o ya al amanecer, en total, 6 o 12 horas después que los primeros… De nuevo una doble penalización: se produce electricidad para otros, y se asumen las pérdidas económicas y de calidad de vida derivadas de un apagón que dura el doble de tiempo que en otros lugares no productores. ¿La respuesta? Es necesario hacerlo así para garantizar la recuperación del sistema.
Según todo esto, cabe preguntarse: ¿Tiene sentido este tipo de diseño que mantiene estas desigualdades e ineficiencias? ¿No debería de parcializarse el sistema en pequeños subsistemas más o menos autosuficientes? ¿No se debería de optar por acercar los centros demandantes industriales de electricidad a los territorios generadores? ¿No se debería de potenciar el uso y la instalación de tecnología de almacenamiento en puntos clave que actúen como “cortafuegos” y caiga así sólo el subsistema correspondiente, y no todo el sistema en su conjunto? ¿No se debería revisar la afectación mutua que puede darse entre fallos de digitalización y de electrificación? ¿No se debería compensar a los territorios que “mantienen” a otros visto la importancia vital de la electricidad para los territorios?
Posiblemente se deba de repensar el diseño de un sistema eléctrico centralizado, mastodóntico, que cronifica las desigualdades y puede ser vulnerable, como se experimentó. Las renovables son la solución, no deben ser cuestionadas. La discusión en el Estado no debe ser más energía nuclear (con una vida útil casi consumida en su totalidad) sí o no, sino que debe ser qué debemos mejorar en el sistema para garantizar el equilibrio del mismo y evitar apagones y desigualdades. Llegó el momento de implementar mejoras en el sistema, no de cuestionar la apuesta por las renovables.