Homónoia

La homónoia no significa que todos pensemos igual, sino que aceptemos nuestras diferencias y, pese a ellas, decidamos convivir

Activado el nivel 2 de emergencia a nivel provincial en Ourense por incendios que queman 4.300 hectáreas

Una persona colabora en la extinción del incendio, a 12 de agosto de 2025, en Seixalbo, Ourense, Galicia. Rosa Veiga/Europa Press

De vuelta a las tareas habituales, y con el panorama como está, sigo rescatando y divulgando términos que, por un lado, resultan desconocidos pero, por otro, actuales y recomendables, no solo para conocerlos sino, sobre todo, para aplicarlos.

Me refiero a los artículos titulados Agenesia, Atrofalaxia o Eusocialidad. El primero para describir el problema que tenemos de comprendernos y que parece exacerbarse cada vez más; unido a la ausencia de fundamentos válidos y, como consecuencia, el vacío existencial que tanta gente está experimentando (como, por ejemplo, muestran los consumos cada vez más elevados de ansiolíticos o el aumento de los suicidios). En cuanto a los otros dos términos, se refieren también, desde otro enfoque, a la convivencia o, por desgracia, a la falta de ella que estamos padeciendo y que llega a la deshumanización; como estamos viendo tanto en los actuales conflictos como en fenómenos como la migración, la economía, las comunicaciones, etc. 

En esta ocasión, traigo a colación el término homónoia. En la antigua Grecia, se refería a la concordia (literalmente “unión de mentes” o, también, de corazones); esto es, a la capacidad de una comunidad de mantener la unidad y el orden más allá de las diferencias. Lo que se aplicó por primera vez en el siglo v a.C., ya que sin ella la polis se descomponía en guerras civiles; llegándose a generalizar su uso cuando Alejandro Magno adoptó sus principios para gobernar.

La homónoia no significa que todos pensemos igual, sino que aceptemos nuestras diferencias y, pese a ellas, decidamos convivir. Para lo que se requiere renunciar al dogmatismo y entender que “el otro”, el diferente, no es un enemigo a batir, sino alguien con quien compartimos vida y existencia. De hecho, leí esta palabra en el título de un capítulo del libro Sapienciología, de Sergio Parra (2024), quien lo encabeza con la siguiente frase: “Si pensara como tú, sería como tú”.

«La homónoia significaría ponerse de acuerdo en lo esencial: defender juntos la tierra común antes de que el fuego -tanto físico como mental- nos devore a todos»

Por eso que este término cobra especial relevancia, actualidad y vuelve a ser necesario, cuando todo parece fragmentarse cada vez más y vivimos en una sociedad donde el enfrentamiento se ha convertido en norma, la política se alimenta de trincheras, las redes sociales de insultos y la calle de desconfianza. Sin embargo, el precio de esta crispación es demasiado alto: un país dividido, un mundo en guerra, comunidades que pierden su fuerza vital, etc.

Como le decía a una amiga valenciana que me preguntó por los terribles incendios forestales que acabamos de causar y padecer, por desgracia, en Galicia estamos acostumbrados: unos miran el monte como recurso económico, otros como paisaje cultural, otros como simple propiedad privada, otros como arma política… Todo lo contrario que, por ejemplo, en Suiza, donde no hay y les resultan inconcebibles tales incendios, tanto por lo que suponen en el entorno como en la economía y para la convivencia con el medio. El caso es que aquí tenemos o padecemos una falta de visión compartida sobre algo tan elemental y, mientras discutimos, el bosque y la biodiversidad desaparecen. A este respecto, la homónoia significaría ponerse de acuerdo en lo esencial: defender juntos la tierra común antes de que el fuego ─tanto físico como mental─ nos devore a todos.

A nivel nacional, entre las discrepancias por casi todo, la inmigración se ha convertido en el chivo expiatorio perfecto. Unos reclaman muros y expulsiones rápidas; otros, acogida controlada. En medio, la ciudadanía percibe miedo e incertidumbre. Pero la pregunta clave es otra: ¿queremos una sociedad fracturada, con guetos y odio, o una sociedad que, con reglas claras y realistas, apueste por la integración? La homónoia aquí no es unanimidad, sino un consenso básico: reconocer la dignidad de quienes llegan y recordar que, durante siglos, los emigrantes fuimos nosotros.

«Los incendios forestales, el debate migratorio o las guerras no son fenómenos aislados, son síntomas de un mismo mal: la incapacidad de ponernos de acuerdo en lo esencial»

En cuanto al panorama internacional, muestra la ausencia más brutal de concordia. Gaza, Ucrania,… guerras que arrasan vidas y territorios mientras los líderes se atrincheran en el odio. Sin embargo, incluso allí aparecen destellos de humanidad: una madre que protege a sus hijos, un médico que opera bajo bombardeos, periodistas que se juegan la vida para informar, vecinos que comparten lo poco que les queda. Son actos de homónoia en medio del horror, recordatorios de que la concordia no es un lujo, sino una necesidad vital.

Los incendios forestales, el debate migratorio o las guerras no son fenómenos aislados, son síntomas de un mismo mal: la incapacidad de ponernos de acuerdo en lo esencial. Si seguimos instalados en la confrontación permanente, el futuro solo traerá más fuego, más odio y más destrucción. En unos tiempos donde las redes sociales amplifican la rabia y los partidos buscan votos a base de división, hablar de concordia suena ingenuo, pero lo realmente ingenuo es creer que podemos sobrevivir sin ella.

La historia demuestra que las sociedades que pierden la homónoia acaban debilitándose hasta el colapso; y viceversa, aquellas que la aplican consiguen un esplendor como el de la civilización helénica. Por eso que rescatar la vieja palabra griega es más que un gesto erudito, es una urgencia política y moral. La homónoia es el único camino posible para reconstruir la confianza y garantizar un mañana compartido; porque la alternativa ─por desgracia también─ ya la conocemos: la barbarie.

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