Actualizado
The Lot, una sorpresa fuera de los circuitos gastro de Barcelona
Ya interesante por su sofisticada propuesta culinaria de mar y montaña, The Lot suma enteros con la incorporación de su coctelería inspirada en el Mediterráneo
Sabores de mar y montaña para descubrir. Foto: The Lot.
Atención al barrio de Sant Gervasi, en la zona alta de Barcelona: si bien aquí se encuentran bares y restaurantes que tienen décadas de vida, y que hay calles como Madrazo o Mandri que cuentan con varios establecimientos para comer o tomar algo, excepto por sus vecinos es raro que gente de otros barrios suban a explorar nuevas opciones por aquí. Pero hay cosas para descubrir, como nos ha pasado con The Lot.
Este restaurante, inaugurado hace un año en Santaló 103, se ha abierto paso con una propuesta inspirada en el Mediterráneo, en una relectura de platos tradicionales donde su creador, el chef Alejandro Sanahuja, busca los maridajes entre oriente y occidente, entre el mar y la montaña, entre el Mediterráneo y el interior de Cataluña.

Un espacio, varios motivos para ir
Uno de los rasgos de The Lot es su versatilidad: por la mañana, el lugar abre para los vecinos que quieran tomar un desayuno en calma, con tostadas como la de atún con rúcula y aguacate, o el bikini trufado que suele ser una buena compañía para los cafés, té y zumos naturales. Al mediodía, su público suele ser trabajadores de las oficinas cercanas, que eligen platos ligeros pero bien elaborados. De noche, es el turno de parejas, amigos, familias que buscan un espacio sin solemnidad para disfrutar. Pero desde hace unas semanas, desde las 17:00, el lugar también se combina con una interesante propuesta de coctelería inspirada en los sabores y aromas del Mediterráneo. Ya llegaremos a ello.
Los cócteles se inspiran en el Mediterráneo, con tragos donde el mar «no solo se puede mirar, sino también saborear»
El restaurante se divide en dos plantas, con una estética de aires minimalistas con una combinación de madera clara, metal oscuro y piedra natural. Además de la pequeña sala a pie de calle, en la planta superior, además de un privado para una docena de comensales, hay dos espacios diferentes, del que uno de ellos resalta con sus anaqueles de destilados iluminados por luces azules. Sí, otro guiño al mar.

Sabores de mar y montaña
Si hablamos de mar, no es raro que para comenzar ofrezcan cinco tipos de ostras, entre la natural y otras preparadas con soja y miel gratinada, con leche de coco y curry, o bien frita con panko. Más sabores de mar se encuentran en los entrantes, donde hemos dado cuenta de un exquisito carpaccio de atún del huerto, alternativa que dialoga con el carpaccio de gamba tropical o el pulpo con parmentier. Pero también nos llamó la combinación del huevo trufado con gambas cristal. Seguro que es un futuro clásico.
Decidimos ser salomónicos y optar por un principal de mar y otro de montaña. Del primero fue, un suave tiradito nikkei de lubina, un plato de inspiración peruana bien logrado que navega entre otras fusiones, como el tataki de atún, el canelón de brandada de bacalao, el risotto verde de bogavante o el chuletón de ventresca de atún, que es un desafío pero para asumir entre dos personas.

En cuanto a los sabores de la tierra, no nos equivocamos al pedir el cochinillo a baja temperatura, donde la costra era rodeada por un cremoso de boniato y pipas garrapiñadas. Fabuloso. Pero sin duda, también hubiera sido interesante probar los raviolis de calabaza y cebolla caramelizada, las carrilleras al vino con demi glace de Pedro Ximénez, el magret de pato con chutney de naranja o el chuletón madurado.
En los postres, se encuentran las tradicionales propuestas de coulant con helado de vainilla, la tarta de queso con praliné de avellana, la torrija con brioche, o el helado de yogurt de Saboya, entre otros.

La propuesta de cócteles
Un punto interesante de la carta (precio medio, 40€ a 50€ sin bebida) es que propone diferentes cócteles para maridar según uno esté en los entrantes, los principales y los postres. Varios cócteles son de autor, y como sucede con otros establecimientos como el Sips, cada preparación llega en un vaso creado especialmente. No es postureo, se trata que los aromas y sabores entren de una forma diferente a la nariz y el paladar, como he comprobado con el Sangre de mar, en que el tequila Don Julio infusionado con gambas, con agua de tomate, sirope de chile y licor de humo se sirve en una caracola de vidrio, donde unas hierbas de aroma intenso rozan la nariz.

Tómense el tiempo para saborear cada cóctel, ya sea en la comida o en la barra de la parte superior, y pidan que el jefe de coctelería Alessandro Calvo les explique su elaboración, porque da gusto saber el complejo proceso que hay para crear elaboraciones como el Hugo Spritz (licor de flor de saúco, cava y soda), el Hinode (Tanqueray infusionado en katsuobushi, maracuyá clarificado, Umeshu Choya y solución salina), el Penicilin (Ballantines, sirope de miel y jengibre, lima y Lagavulin), el Crab Gold (bourbon, infusión de azafrán, St. Germain, cangrejo azul, bitter de naranja, cordial de cítricos y soda de pomelo) o el Amaretto Sour (disaronno, zumo de lima, clara de huevo y sirope). Y la lista sigue con una docena de cócteles más. Y sin olvidar su larga carta de vinos, con una interesante selección de DO catalanas y de otras regiones de España.
“Queríamos que el océano se pudiera beber, no solo mirar”, describe Sanhauja. Pues a brindar por esta alternativa en Sant Gervasi.