A BBVA le crecen los enanos: del caso Villarejo al frente en México

Seis meses después de su nombramiento, Carlos Torres se enfrenta a otro problema más en México: el nuevo presidente le pide más compromiso en el país

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Carlos Torres fue nombrado el 29 de noviembre de 2018 presidente de BBVA, cargo que empezó a desempeñar el 1 de enero del presente ejercicio. Acaba de cumplir “seis” meses al frente del segundo grupo bancario español hace un par de días. Lejos de disfrutar de las máximas responsabilidades de una de las principales empresas españolas por capitalización bursátil (la quinta a cierre de la sesión bursátil del viernes, con 32.456 millones de euros de valor de mercado), a Torres le han crecido los enanos.

A la herencia recibida de Francisco González, su antecesor y mentor, en forma de oscuros contratos de supuesto espionaje “firmados” con José Manuel Villarejo, excomisario de Policía, y su empresa Cenyt, se han sumado en estos meses la crisis económica de Turquía, donde BBVA tiene la apuesta de Garanti, y los problemas que empiezan a surgir en México, con el nuevo episodio de la guerra comercial de Donald Trump, que llevó al banco a caer un 4% en bolsa el pasado viernes, y la presión que ejerce sobre el banco Andrés Manuel López Obrador (AMLO).

En México, BBVA está representado por Bancomer, una entidad bancaria que hoy en día es el principal suministrador de beneficios del grupo, y al que AMLO tiene en el punto de mira desde su llegada al poder.

La posible relación entre el banco y el excomisario Villarejo está muy lejos de esclarecerse. Han transcurrido ya cuatro meses desde la presentación de los resultados anuales del banco en los que Torres (en su primera comparecencia ya como presidente) se comprometió a investigar hasta sus últimas consecuencias y poco o nada ha trascendido. Es cierto que el caso esta judicializado, pero la presión sobre la entidad aumenta a medida que pasa el tiempo.

El 15 de marzo de este año, Francisco González renunció a la presidencia honoraria que la entidad le había concedido por los veinte años de servicio. Pero al Banco Central Europeo ese gesto no le es suficiente. La institución monetaria europea quiere libre de cualquier sospecha a todos los ejecutivos que estén al frente de las entidades que tiene que supervisar. Máxime teniendo como vicepresidente a un español, Luis de Guindos, con legítimas aspiraciones a suceder en noviembre a Mario Draghi, por muy escasas que puedan parecer.

Francisco González está ya amortizado. Pero Carlos Torres es el hombre que él designó como sucesor. Fue desde mayo de 2015 consejero delegado de la entidad por designación de FG y, por descontado, del consejo de administración. Y todo el mundo presupone que debía de estar al corriente de los acontecimientos, no sólo de las cuentas.

El BCE esperará, pero tiene claro que Carlos Torres no puede permanecer bajo sospecha durante mucho más tiempo. Tiene hasta un plan alternativo, con el que podrían estar de acuerdo el Banco de España y la CNMV: pedir un informe a un consultor independiente si los resultados del encargado a PwC no satisfacen su expectativas. La idea llegaría a la sustitución de Torres por Jaime Caruana, el eterno candidato a sustituir a Francisco González a su retirada como “chairman”, y mantener las responsabilidades en el actual consejero delegado, Onur Genç.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador no era del agrado de Francisco González. Políticamente están en las antípodas. Pero eso no es un obstáculo en sí mismo. Los banqueros, como dijo un histórico presidente del Banco Español de Crédito, José María Aguirre Gonzalo, siempre son del partido que acaba gobernando. Llego a felicitar a Felipe Gonzlález por su triunfo en la elecciones genrales de octubre de 1982. No les queda otra.

Pero las relaciones de AMLO con España no empezaron bien. Éste habló de la colonización de España y de una posible restitución de los daños causados durante la colonización, que luego matizó. Después, de obligar a los bancos a no cobrar comisiones por las operaciones habituales que se realizan, como retirada de dinero o pequeños ingresos. Estas operaciones permitieron que la banca instalada en México ingresara el pasado año más de 4.700 millones de dólares.

La propuesta, también matizada después, no ha sentado nada bien en el sector. Menos aún que BBVA haya colgado el cartel de “se vende” en el rascacielos del Paseo de la Reforma donde tiene Bancomer su sede. No es una amenaza de salida, pero así lo ha entendido el Gobierno mexicano. Casi ningún banco tiene en propiedad su sede. ¿Por qué? Porque en el otro lado del balance, en el pasivo, tendría que tener idéntica cantidad en depósitos, mucho más caros de mantener. La práctica habitual es el régimen de “sale&lease back”. Vender y alquilar por periodos temporales muy largos. AMLO no lo ve igual.

Lo último ha sido pedir al banco una mayor representación de nacionales en el equipo directivo del banco. El Gobierno cree que los mexicanos están infravalorados en los altos estamentos del banco. Es el último frente abierto. AMLO juega con una baza. Bancomer proporcionó a BBVA 2.384 millones de euros de beneficio atribuido en 2018: el 44,77% de los 5.324 millones que ganó la entidad en ese ejercicio. En el primer trimestre de este año, Bancomer ha obtenido 627 millones de euros de los 1.164 millones que ha ganado el grupo. Es el 53,86% del total y el doble de lo que ha aportado España.

En Turquía, todo depende de la marcha de la economía. Garanti aportó en el primer trimestre 142 millones de euros al beneficio total del grupo (el 12%). Pero la crisis de la lira turca está pasando una importante factura. Los resultados son un 7,7% inferiores a los del primer trimestre de 2018 y un 29,2% menos a tipos corrientes. Los saneamientos y las provisiones se dejan notar y mucho en la cuenta de resultados.

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