La muerte como error de software

Quizás no estemos tan lejos de tratar la vejez como lo que algunos científicos ya denominan “una enfermedad curable”; y si es curable, también es programable, editable y, por tanto, evitable

Demis Hassabis, CEO de DeepMind, y Derya Unutmaz, inmunólogo y experto en longevidad

Demis Hassabis, CEO de DeepMind, y Derya Unutmaz, inmunólogo y experto en longevidad

¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? Hace no tanto, hablar de curar todas las enfermedades era como vender humo con bata blanca. Pero hoy, cuando Demis Hassabis, CEO de DeepMind, suelta que la inteligencia artificial ha comprimido mil millones de años de esfuerzo científico en solo cuatro, ya no suena a ciencia ficción, sino a versión beta de un nuevo paradigma biomédico.

Sí, has leído bien: mil millones. No es un fallo de redondeo ni una exageración de vendedor de crecepelo. Esa es la magnitud del salto que, según Hassabis, hemos dado gracias a la IA. Y no es solo una frase bonita para levantar rondas de inversión. El tipo está respaldado por una legión de redes neuronales artificiales que ya predicen cómo actúan ciertos medicamentos con una precisión brutal. Acelerando ensayos clínicos, personalizando terapias y diseñando fármacos desde cero. Es la medicina hecha código.

Pero lo que realmente te hará agarrarte a la silla es lo otro: el testimonio de Derya Unutmaz, inmunólogo y experto en longevidad, quien coquetea con la posibilidad de retrasar la muerte de forma indefinida. Su tesis, apoyada también por modelos de IA, sugiere que, si logramos vivir cinco años más, probablemente ganemos otros diez. Y si nos mantenemos con vida durante esos diez, puede que la muerte biológica deje de ser un hecho… y pase a ser una opción. Como reiniciar el router.

Locura. Distopía. Herejía biológica. Llámalo como quieras. Pero lo cierto es que ya hay algoritmos rastreando marcadores inmunológicos que predicen con antelación enfermedades que aún no han mostrado síntomas. Sistemas que recomiendan alimentos y rutinas con precisión quirúrgica para revertir el deterioro celular. Herramientas que identifican mutaciones cancerígenas antes de que se vuelvan letales. No hablamos de promesas a largo plazo. Está pasando ahora.

Y aquí viene el dilema: si morirse deja de ser inevitable, ¿seguiremos viviendo como si lo fuera? ¿Quién será el primero en asumir que el deadline se puede negociar? ¿Y quién podrá pagar el precio de esa negociación?

Quizás no estemos tan lejos de tratar la vejez como lo que algunos científicos ya denominan “una enfermedad curable”. Y si es curable, también es programable, editable y, por tanto, evitable. La muerte se convierte entonces en un bug. Un fallo de sistema. Una obsolescencia que, con el parche adecuado, podría eliminarse.

Pero ojo: esto no es inmortalidad de cómic ni pastillas mágicas para vivir eternamente como momias rejuvenecidas. Es un proceso brutalmente científico, lleno de ética, datos y algoritmos. Y también de preguntas sin respuesta. ¿Qué sentido tiene la vida sin muerte? ¿Cómo se sostiene una sociedad con individuos que no desaparecen? ¿Y si la IA alarga la vida, pero solo para unos pocos?

Al final, más que un desafío médico, es un desafío filosófico. Porque quizás no tememos tanto a la muerte como al precio que puede tener dejar de morir.

¡Se me tecnologizan!

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