La tecnología sin alma es el nuevo abismo
La pregunta fundamental no es si la IA es peligrosa, es si nosotros seguimos siendo capaces de distinguir lo bueno de lo útil, lo correcto de lo rentable, lo humano de lo eficiente
¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? Decía Heidegger que la técnica no es un mero instrumento, sino una forma de entender el mundo. Si eso es cierto —y sospecho que lo es— entonces estamos en la antesala de la mayor revolución metafísica de la historia: no es que la tecnología vaya a cambiarlo todo… es que ya lo ha hecho. Hace años que dejamos de preguntarnos “qué podemos hacer con la tecnología” para entrar en un terreno mucho más inquietante: “qué está haciendo la tecnología con nosotros”.
Vamos a intentar aprender algo. El problema no es el cuchillo, ni el reactor nuclear, ni la IA, ni la robótica. El problema —y la clave— es el alma que lo conduce. La herramienta, en sí misma, es neutra: no siente, no sueña, no ama, no duda. Pero el ser humano sí. O debería. Por eso la pregunta fundamental no es si la IA es peligrosa, es si nosotros seguimos siendo capaces de distinguir lo bueno de lo útil, lo correcto de lo rentable, lo humano de lo eficiente.
La tecnología no es mala. Malo es el vacío moral. Lo que asusta no es el algoritmo, sino la ausencia de conciencia en quien lo diseña. Una IA puede salvar vidas… o borrarlas. La computación cuántica puede descifrar secretos médicos… o arrasar con la intimidad humana. La biotecnología puede curar enfermedades… o fabricar soldados. Nietzsche avisó: si miras al abismo, el abismo te mira. Hoy el abismo tiene forma de pantalla.
Y sin embargo, sigo creyendo en el ser humano. Y no por ingenuidad, sino por resistencia. Porque en medio de esta avalancha tecnológica, aún hay algo que ninguna máquina puede replicar: la capacidad de preguntarnos por el sentido. El sentido no se programa. Nace del dolor, de la duda, de la experiencia. Nace cuando se apaga el ruido… y se enciende la conciencia.
El 99% de la humanidad es decente. Pero el 1% de malos —de HDP— puede provocar cataclismos históricos. Por eso no vale con tener tecnología. Hay que tener principios. Hay que defender la meritocracia frente a la mediocracia. Hay que blindar la dignidad frente al buenismo. Hay que recordar que la lealtad es la virtud más importante. Y hay que aceptar algo fundamental: una herramienta no nos hará mejores… solo nos hará más poderosos. La diferencia entre lo uno y lo otro está en el alma.
Quizá la gran batalla de este siglo no será tecnológica, ni política, ni económica. Será espiritual. Entre quienes creen que el ser humano es prescindible… y quienes creemos que es irremplazable. Entre quienes quieren programar conciencias… y quienes seguimos utilizando la conciencia para programar el mundo.
Porque lo que de verdad da miedo no es que la máquina piense. Es que el ser humano deje de hacerlo. Y entonces, sí. La tecnología será el nuevo abismo. Pero aún estamos a tiempo.
¡Se me tecnologizan!
Un comentario en “La tecnología sin alma es el nuevo abismo”
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Enhorabuena por esa tremenda reflexión. Muy acertada y nada fácil de afrontar. La humanidad encara importantes cambios de paradigma y no será nada fácil asumirlos ni liderarlos. Sobre todo porque -en términos globales- nos falta costumbre de uso de la inteligencia natural. La IA ya nos es cómoda y no estamos. acostumbrados a compartir la espiritualidad o la misma humanidad que tenemos de natural pero casi no apreciamos.
Muchas gracias por tu artículo. Ha sido objeto de debate en una tertulia humanista en Barcelona.