El arte de dialogar con uno mismo
Yolanda Díaz ha convertido la confrontación con la patronal en una seña de identidad. Es su combustible político. Cuanto mayor la tensión, más se refuerza su relato de trabajadores frente a empresarios, de virtud frente a interés.
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, interviene durante un pleno en el Congreso de los Diputados, a 10 de septiembre de 2025, en Madrid (España). Jesús Hellín / Europa Press
La patronal se ha levantado de la mesa. Y no porque tuviera prisa, sino porque, más que mesa, se encontraron con un atril. La ministra de Trabajo convoca a “dialogar”, pero entiende el diálogo como una rueda de prensa con público. CEOE y Cepyme han dicho basta, y por primera vez en mucho tiempo el gesto tiene más valor simbólico que práctico: no se puede negociar cuando el resultado está escrito de antemano.
Yolanda Díaz ha convertido la confrontación con la patronal en una seña de identidad. Es su combustible político. Cuanto mayor la tensión, más se refuerza su relato de trabajadores frente a empresarios, de virtud frente a interés. Tan bueno para su parroquia como letal para el consenso. Polarización en ciclo continuo.
La ministra insiste en que Europa obliga a reformar el despido. Cita la Carta Social Europea como si fuera un reglamento comunitario y omite un pequeño detalle: no lo es. El Comité Europeo de Derechos Sociales emite dictámenes, no sentencias, y el Tribunal Supremo español ya ha dicho que nuestra legislación cumple los estándares internacionales. Pero la precisión jurídica nunca ha sido buena compañera del populismo regulatorio. Lo importante es parecer europeísta, aunque el resultado sea un país más inseguro para contratar.
Si el despido deja de ser previsible -si un juez puede valorar la edad, el género o la empleabilidad del trabajador para decidir la indemnización-, el riesgo de contratar se dispara
Porque eso es exactamente lo que está en juego. Si el despido deja de ser previsible -si un juez puede valorar la edad, el género o la empleabilidad del trabajador para decidir la indemnización-, el riesgo de contratar se dispara. No es ideología, es microeconomía aplicada: mayor incertidumbre, menor inversión, menos empleo. Mientras tanto, el Ministerio de Trabajo sigue su carrera regulatoria: endurecer el registro horario, subir el SMI, eliminar la absorción de pluses y abrir debates sin medir su impacto real en las pymes. La ministra habla de “progreso”, pero en las nóminas se llama “coste”. Y las empresas pequeñas ya han agotado su margen de elasticidad.
Díaz mantiene con los sindicatos una complicidad casi coreográfica: son los primeros en conocer los borradores, los socios de cada anuncio y, a menudo, los autores del guion. La patronal, en cambio, cumple el papel de antagonista necesario, el enemigo útil que da sentido al relato. No es casualidad: en política, el adversario es tan valioso como el aliado.
Y conviene recordarlo: la patronal tiene poderosos argumentos. La subjetividad en el despido no es justicia social, es inseguridad jurídica. Y la inseguridad jurídica es el peor impuesto que puede pagar una economía. Hay reformas que crean derechos; y otras que solo crean dudas.