Facturas y fraudes climáticos

El 43% de los fondos de inversión europeos que se autodenominan “verdes”, “sostenibles” o similares, invierten en compañías relacionadas con combustibles fósiles

Un niño se protege tras un muro en una carretera inundada de Yakarta (Indonesia) en 2020

Un niño se protege tras un muro en una carretera inundada de Yakarta (Indonesia) en 2020. EFE/Mast Irham

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Como ya escribía el año pasado en esta misma columna, tras el huracán Sandy, en 2012, además de las muertes habidas (235) y los daños por valor de 53 mil millones de dólares, la ciudad de New York tuvo que hacer frente a un gasto por desperfectos de unos 800 millones de dólares.

Mientras que, más cercano aún, en el sector agrario de nuestro país, en los últimos años, las compañías de seguros han tenido que pagar indemnizaciones cada vez más elevadas, superando los 1.000 millones en 2023. Más las correspondientes subidas de precios para los consumidores en casi todos los productos, con el caso paradigmático del aceite de oliva, que se ha puesto prohibitivo.

Hechos y fenómenos como estos, más las olas de calor, las danas, los refugios climáticos en las ciudades, las sequías, las inundaciones, el resurgimiento de virus y todo un sinfín de consecuencias debidas al calentamiento global (por los combustibles fósiles que quemamos, más los incendios forestales que provocamos, etc.), podían ser considerados como un anticipo de lo que se nos viene encima. Pero resulta que, más temprano que tarde, se están produciéndose nuevas facturas a pagar, debido a más u otras consecuencias de lo mismo.

De hecho, muchas ciudades ya están al borde del abismo. Como Yakarta, la capital de Indonesia, con 11 millones de habitantes, donde las inundaciones son cada vez más frecuentes y las infraestructuras están colapsando. Por eso el Gobierno indonesio ha tomado la decisión de construir una nueva capital en la isla de Borneo, lo que supone unos costes estratosféricos.

Pero es que, además, este patrón se repite por todo el mundo. Como en Osaka, la tercera ciudad más grande de Japón, que también se hunde y donde sus sistemas de drenaje y diques están luchando contra el aumento del nivel del mar. O en Chicago, a orillas del lago Michigan, que enfrenta riesgos similares debido a la erosión costera y a las tormentas. Lo mismo que en Miami, donde ya resultan frecuentes las inundaciones de garajes debidos al agua procedente del mar.

Muchos fondos “verdes” destinan parte de su capital a empresas que obtienen beneficios del carbón, el petróleo o el gas

También se está hundiendo Calcuta, la ciudad de los ríos sagrados de la India, donde la urbanización descontrolada y la extracción de agua subterránea han debilitado sus cimientos. Parecido a lo que ocurre en Río de Janeiro (Brasil), cuyas playas icónicas están en peligro, ya que el aumento del nivel del mar y la urbanización han erosionado sus costas. Mientras que la ciudad más grande de África, Lagos, en Nigeria, enfrenta una doble amenaza: el hundimiento y la creciente población, por lo que podría quedar sumergida en las próximas décadas.

Sin olvidar tampoco que en España los expertos climáticos confirman que la costa mediterránea se está tropicalizando y la cantábrica pasando al clima mediterráneo, con todas las consecuencias derivadas: cultivos, turismo, agua, etc.

Ello unido a que si el valor de los activos inmobiliarios cae abruptamente se desencadenaría una crisis económica sin precedentes. Según un informe publicado por The Economist, debido al cambio climático, los propietarios de bienes inmuebles podrían enfrentar pérdidas masivas, que alcanzarían los 25 billones de dólares a nivel mundial, una cifra comparable al producto interno bruto de los Estados Unidos. En esta revista se pronostica que, si el valor de una casa disminuye drásticamente, como resultado, la hipoteca que posiblemente respalda esa propiedad ya no será suficiente y esto podría afectar a millones de personas en todo el mundo.

En cambio, con nuestro característico cinismo para sacar tajada de todo, la lucha contra el cambio climático se ha convertido en un gran negocio, que se puede calificar de “ecopostureo” y que se conoce ya como greenwashing o lavado de cara ecológico. Desde productos supuestamente sostenibles, envases reciclables que no lo son, RSC’s empresariales que tampoco responden a dicha responsabilidad o inversiones supuestamente “verdes” que siguen inyectando millones en los combustibles fósiles.

El caso es que proliferan productos “verdes”, “sostenibles” o “bio” que resultan ser engañosos, lo mismo que los envases reciclables de marcas multinacionales. De hecho, en 2020, la Comisión Europea analizó las supuestas mejoras ambientales en miles de productos y constató que el 53% contenía información engañosa a este respecto.

En un mundo cada vez más consciente de la urgencia climática, también los fondos de inversión sostenibles han ganado popularidad. Sin embargo, un análisis detallado revela una paradoja preocupante: muchos de estos fondos, a pesar de su denominación “verde”, destinan parte de su capital a empresas que obtienen beneficios del carbón, el petróleo o el gas. La cifra reveladora es que el 43% de los fondos de inversión europeos que se autodenominan “verdes”, “sostenibles” o similares, invierten en compañías relacionadas con combustibles fósiles. Incluso gestoras de renombre como Blackrock, Amundi o HSBC destinan más del 10% de sus inversiones a empresas de energías “sucias”.

Lo sostenible debe ser más que una etiqueta, hay que ser transparentes y coherentes

En el mercado español esa cifra de fondos de inversión asciende al 47%.  y, según el informe La información sobre la sostenibilidad en las empresas del Ibex 35, realizado por el Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa, entidades como Banco Sabadell, Unicaja Mittal, Arcelor, IAG, Solaria y Logista ofrecen la peor calidad de información a este respecto.

Aunque la Autoridad Europea de Valores y Mercados (ESMA) haya establecido claramente que los nombres de los fondos no deben ser engañosos y que, si un fondo se declara sostenible, las empresas en las que invierte no deberían obtener más del 50% de sus beneficios del gas, más del 10% del crudo ni más del 1% del carbón. Si bien la mayoría de estos fondos asignan solo un pequeño porcentaje de sus inversiones a empresas de energías sucias (menos del 6% en promedio), esta cifra sigue siendo significativa: hasta 6.700 millones de euros terminan en compañías que apuestan por los combustibles fósiles.

Lo sostenible debe ser más que una etiqueta, hay que ser transparentes y coherentes. Ya va siendo hora y poco margen queda para demostrar el compromiso real con la sostenibilidad y evitar la paradoja de fomentar lo que se dice combatir. Nuestro futuro depende de decisiones más sinceras y responsables a este respecto.

Si no, tal como vamos, además de la factura de la luz, del teléfono o de otros menesteres, tendremos que afrontar también –muchas personas ya las están pagando– las derivadas del cambio climático que seguimos provocando y que, incluso autoengañándonos (cual enganche vicioso), no dejamos de fomentar.

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