Réquiem por un hombre bueno
Para quienes tuvimos la suerte y el privilegio de conocerlo, al final, lo que a José María Castellano le gustaba ser era un humilde profesor universitario metido a gestor, eso sí, de gran éxito, que personificaba la cercanía y la bonhomía hecha sonrisa

Jose María Castellano. Europa Press. Archivo
Hay momentos en los que la vida te susurra al oído, entre la vorágine de la existencia cotidiana, que, al final, pues que todo, un día u otro, se acaba. Hay personas que, faltando y a pesar de lo acostumbrado de la vital e inevitable separación, su ausencia se nota como ese pequeño corte que se produce manipulando un folio. Hay noticias que, a pesar de la sorprendente convulsión actual, no debieran de publicarse. ¡Ay!, que se nos ha ido José María, Caste, para los amigos y también para los enemigos, no siendo este el caso.
José María, para quienes tuvimos la suerte y el privilegio de conocerlo, al final, lo que a él le gustaba ser, un humilde profesor universitario metido a gestor, eso sí, de gran éxito, personificaba la cercanía y la bonhomía hecha sonrisa. Con gesto circunspecto y, a pesar de ello, siempre presto a hacerte sentir cómodo en su presencia, representaba como nadie la sencillez y la modestia; hasta desde el nacimiento trasladó el plural al segundo plano, con un singular al inicio, Castellano, y un colectivo como segundo apellido Ríos.
Eminencia gris
Y sería en este segundo plano, siempre con afán de servicio, en el que se habría de mover con comodidad Caste. Como aquel fraile, el padre José, de nombre real François Leclerc du Tremblay, descrito por Aldous Huxley en su biografía de título “Eminencia Gris”, consejero del consejero Richelieu, quién elevó el puesto de lugarteniente a la categoría de universal. Desde los tiempos iniciales de Aegón y Saprogal, momento hubo también para el ejercicio de la docencia, finalizando su querencia por el segundo plano ayudando, durante un cuarto de siglo, a la creación del gigante Inditex. Una galleguidad efectiva, alejada del folclore, a pie de obra con su Holmes particular, don Amancio Ortega, ambos inmersos en la creación de un imperio con base en A Coruña, su Coruña. Ya al final, sería la galleguidad asumida del consejo delegado la que le distanciaría del presidente, debido a las discrepancias sobre el futuro conveniente para la gestión de la luz en Galicia. Perdimos Unión Fenosa, perdimos todos.
Fila 0
Pero, a pesar de representar la discreción, a Caste le tocó también ponerse al frente y actuar, pero desde una sopesada distancia, en beneficio de otros, situado siempre en la Fila 0: desde ONO hasta Vodafone, desde las quebradas cajas de ahorro gallegas hasta Abanca, pasando por Fadesa o Adolfo Domínguez, serán innumerables empresas en donde a través de la gestión o el consejo dejó un sello personal de discreción, trabajo intenso y buen hacer, sin olvidar las andaduras propias, Nakadama y Alazady España.
Y será esa entrega, personal y al contexto, la que permitirá que hoy, triste día de su ausencia, el agradecimiento sea unánime en todo lugar donde él haya tocado con sus firmes manos. Manos tantas veces enlazadas, cercanas a ese mentón reflexivo que le llevaba a hacer de la cautela bandera. Mil perdones por la autocita: hace ya unos cuantos años, en una ocasión, a través de una cátedra en una universidad madrileña por donde habían pasado ya figuras de la relevancia de don Emilio Botín o don Rafael del Pino padre, tuvimos la oportunidad de departir, en ese ámbito universitario tan querido para él, con don José María Castellano Ríos. Después de disfrutar de su verbo, se solía fotografiar al, en este caso, imponente con una foto en una tópica y endeble silla de madera propia de un director de cine, con su nombre estampado detrás. Caste, conocedor de su rotunda y extensa humanidad, solicitó a uno de los alumnos que se sentara y que le sacaran una foto, cosa que, prestos y orgullosos, algunos alumnos más atendieron a su solicitud. Cuando el ritual fotográfico concluyó, tras varias pruebas, y visto que la silla aguantaría su corpulencia, fue cuando accedió a llevar a cabo el rito de rigor. Para mucho sirve haber estudiado en “la academia del caldo” y conocer bien el mundo desde la perspectiva universal que ofrece el barrio de Monte Alto en A Coruña.
Desde esta agradecida tribuna por haber podido compartir época con un hombre señorial y digno, orgullosa de glosar una bondad que no excluye el rigor y los resultados en el proceloso mundo de los negocios, trasladamos nuestro pesar a todos aquellos quienes hayan podido conocer y tratar, en mayor o menor grado, a don José María Castellano Ríos, un hombre bueno y un buen hombre. No le va a quedar otra que dirigirse al cielo, y, con su llegada, el descanso eterno va a cambiar de signo, sin duda alguna.