Afilar el hacha antes de cortar el árbol
Afilar el hacha es la metáfora perfecta para hablar de preparación, planificación y estrategia; es entender que el tiempo invertido en formarte, en probar herramientas, en ensayar y medir, no es tiempo perdido, sino la inversión que multiplicará el resultado

¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? Se le atribuye a Abraham Lincoln la frase: “Si tuviera ocho horas para cortar un árbol, dedicaría seis a afilar el hacha”. Y aunque los historiadores serios nos advierten que probablemente nunca salió de su boca, la realidad es que esta sentencia —real o apócrifa— se ha ganado un lugar en el Olimpo de las ideas potentes. Lo que importa aquí no es la literalidad de su origen, sino la contundencia de su mensaje.
En un mundo que corre como pollo sin cabeza, la mayoría prefiere empezar a golpear el tronco sin mirar si la herramienta corta o no. Porque vivimos obsesionados con “hacer” y medimos el éxito por la cantidad de ruido que hacemos, no por la eficacia del corte. Y así nos va: agotados, frustrados y rodeados de troncos a medio serrar.
Afilar el hacha es la metáfora perfecta para hablar de preparación, planificación y estrategia. Es entender que el tiempo invertido en formarte, en probar herramientas, en ensayar y medir… no es tiempo perdido, sino la inversión que multiplicará el resultado. Quien afila el hacha antes de cortar sabe que cada golpe cuenta, que la fuerza sin técnica es ruido, y que la técnica sin preparación es solo un bonito espejismo.
Por eso, en nuestros fundamentos, esta frase encaja como un guante. Lo veo cada día: profesionales que se lanzan a por su “gran proyecto” sin haber revisado su modelo de negocio, su equipo o su propia capacidad de ejecución. Gente que se autoconvence de que “ya sobre la marcha lo iremos afinando”. Y claro, cuando las cosas no salen, culpan al árbol, al clima o a la mala suerte… nunca a la hoja roma de su hacha.
Lincoln —o quien fuera el autor real— nos recuerda algo esencial: el trabajo previo lo es todo. Como dice otra máxima que siempre tengo presente: se juega como se entrena. Y también aquella del golfista: cuanto más entreno, más suerte tengo. No hay milagro que sustituya la preparación; no hay improvisación que compense una herramienta sin filo.
Así que, antes de lanzarte contra tu próximo árbol —sea un negocio, un proyecto personal o un reto vital—, párate. Afila el hacha. Aprende, ensaya, ajusta. Y cuando llegue el momento de golpear, cada impacto será limpio, certero y definitivo.
Porque al final, en la vida y en la empresa, no gana quien da más golpes… sino quien acierta en el blanco con la hoja afilada.
¡Se me tecnologizan!