Dos razas de empresarios, los decentes y los indecentes
En la empresa, el empresario es el que arruina a sus socios con trampas, pero también el que levanta empleo sólido, el que no cede a la tentación fácil y el que hace de su trayectoria una lección de integridad

¡Ey Tecnófilos! ¿Qué está pasando por ahí? Viktor Frankl, en su obra inmortal El hombre en busca de sentido, nos dejó una reflexión que desgarra y a la vez ilumina: en el mundo solo existen dos “razas” de hombres, los decentes y los indecentes. No hay más. No hay “grises” cómodos que nos permitan autoengañarnos. Esa frontera entre el bien y el mal atraviesa el alma de cada ser humano y no hay grupo social, político o profesional que pueda presumir de pureza.
Si esto fue cierto en el infierno de los campos de concentración nazis, ¿cómo no aplicarlo al ecosistema empresarial? En la empresa también hay empresarios decentes e indecentes. Los primeros son los que cumplen su palabra, respetan a sus socios, pagan lo que deben y entienden que la confianza es la base de cualquier proyecto. Los segundos son los que se mueven con medias verdades, estafan cuando pueden y traicionan en cuanto huelen la oportunidad.
La cuestión de fondo es la misma que señaló Frankl: el ser humano —y por extensión el empresario— decide lo que es. Un empresario puede crear empleo digno o precarizarlo; puede apostar por la innovación o vivir del pelotazo; puede competir limpiamente o manipular a sus competidores. La elección, al final, nunca la hace “el mercado”, ni “la sociedad”, ni “el sistema”: la hace cada persona, en cada decisión.
El mundo empresarial está lleno de ejemplos. Hay quienes inventan sus propias “cámaras de gas” en forma de contratos abusivos, prácticas corruptas o promesas incumplidas que destrozan vidas. Y hay quienes, frente a la misma adversidad, entran en la jornada con la frente alta, sosteniendo la dignidad y actuando con decencia, aunque nadie les aplauda.
En tiempos de mediocracia —esa plaga que iguala por abajo y donde se aplaude más al pícaro que al íntegro— conviene recordarlo: no hay etiquetas, ni títulos, ni cargos que nos definan. Solo hay dos razas. Y cada empresario, cada autónomo, cada directivo, decide todos los días a cuál pertenece.
Lo incómodo de Frankl es que no nos da excusas. No hay coartada válida. En cada junta, en cada contrato, en cada nómina, en cada trato con un proveedor o un cliente, la decisión está ahí: ser decente o ser indecente. Todo lo demás son adornos.
La historia, la economía y la empresa nos ponen a prueba cada día. Y la lección de Frankl sigue vigente: el hombre es el que inventó las cámaras de gas, pero también fue el que entró en ellas rezando. En la empresa, el empresario es el que arruina a sus socios con trampas, pero también el que levanta empleo sólido, el que no cede a la tentación fácil y el que hace de su trayectoria una lección de integridad.
El empresario que sobrevive y deja huella no es el más fuerte ni el más listo. Es el que, en medio del barro, supo elegir la decencia.
¡Se me tecnologizan!