Seguros en la inseguridad

El último informe de Gallup sobre seguridad global revela que, a pesar de vivir en un belicismo no visto desde la Segunda Guerra Mundial, más personas sienten seguras al caminar de noche solas

Mujer paseando por la noche con su hija de la mano

El último informe de Gallup sobre seguridad global ofrece un panorama paradójico: mientras nuestro mundo vive un belicismo no visto desde la Segunda Guerra Mundial, más personas se sienten tranquilas al pasear solas en la noche por su comunidad. El caso es que, en 2025, un 73% de adultos de 144 países así lo afirmaron, el porcentaje más alto desde 2006.

Pero este dato general tiene detalles. América Latina y el Caribe, con un escaso 47% en 2023, escalaron al 50% en 2024 y ahí se mantienen en 2025. África subsahariana también avanza, de un 49% en 2021 a un 53% en 2024. Son pasos pequeños, pero valiosos, en áreas golpeadas por la violencia y la fragilidad institucional.

En cambio, en Asia-Pacífico, Europa Occidental y el Golfo Pérsico nos sentimos muy seguros, con Singapur a la cabeza: el 98% de su población se siente segura, lo que se viene manteniendo desde hace una década. También en países del Golfo, como Arabia Saudí o Emiratos, más del 90% de los entrevistados dijeron sentirse tranquilos por la calle.

El Índice de Ley y Orden de Gallup también lo confirma: el promedio mundial fue de 81 puntos en 2023 y subió a 83 en 2024. Kuwait, Singapur y Tayikistán superan los 95 puntos; mientras que Liberia, Sudáfrica o Ecuador se sitúan por debajo de 60. La correlación con el desarrollo humano parece evidente: más renta y cohesión institucional implican más seguridad subjetiva.

Pero el listado de países más seguros plantea un dilema. Muchos coinciden con regímenes autoritarios, donde la criminalidad es baja a costa de controles gubernamentales y policiales estrictos. Por ejemplo, Singapur aplica castigos severos incluso a delitos menores, como hacer un grafiti. Mientras que, en las monarquías del Golfo, la tranquilidad se asienta sobre sistemas judiciales con escasas garantías y fuertes restricciones a la disidencia.

El caso de España resulta ilustrativo. Según Gallup, el 82% de los españoles se siente seguro al caminar de noche, dos puntos más que en 2024 y muy por encima de la media europea (76%). Nuestro país se sitúa así entre las democracias avanzadas con mayor seguridad percibida, superando a Francia (68%) o Italia (55%).

No obstante, también persisten desigualdades internas. Como la diferencia entre géneros: un 74% de mujeres, en contraste con un 89% de hombres, se sienten a salvo, distanciados por 15 puntos. Y, geográficamente, regiones como Galicia o Euskadi muestran más confianza que zonas urbanas como Madrid o Barcelona, donde el ajetreo de la ciudad y los delitos menores disminuyen esa sensación de seguridad.

De hecho, la desigualdad entre géneros es constante a nivel mundial. En 2025, el 67% de las mujeres se declara segura, frente al 78% de los hombres. Incluso, en países desarrollados la diferencia llega a superar los 20 puntos, y en casos como Italia resultan alarmantes: solo un 44% de mujeres dice sentirse segura, equiparando a este respecto al país con naciones africanas.

La paradoja es clara: se puede caminar más seguro por Riad que por Roma, pero con menos derechos civiles. El contraste entre países también revela paradojas. Sudáfrica, con apenas un 33% de población que se siente segura, encabeza la lista negativa, sin estar en guerra. En cambio, El Salvador pasó en menos de una década de la inseguridad extrema a figurar entre los diez países más seguros, gracias a una política de “mano dura”, aunque con graves críticas por su carácter autoritario y falto de garantías.

Lo que se mide en estos informes es la seguridad percibida en el espacio público, no la calidad democrática ni la ausencia de violencia institucional. Por tanto, la paradoja persiste: ¿cómo mejora la seguridad percibida en regímenes autoritarios y cuando proliferan las guerras? Gallup señala que la clave está en el nivel local. La confianza en las instituciones, la cohesión comunitaria y las políticas preventivas pesan más que los conflictos lejanos. Ejemplos como las ciudades brasileñas de Niterói o Pelotas, que redujeron homicidios mediante pactos comunitarios, muestran que la seguridad se construye “barrio a barrio”.

En definitiva, los datos de 2024 y 2025 permiten extraer dos conclusiones. La primera: nuestro mundo, pese a la violencia global, avanza lentamente hacia comunidades más seguras. La segunda: ese progreso es frágil, desigual y marcado por profundas brechas de género y de modelo político.

Precisamente, España demuestra que es posible combinar seguridad alta con democracia plena. Sin embargo, la creciente asociación entre seguridad y autoritarismo plantea un debate incómodo: ¿queremos sociedades tranquilas a costa de sacrificar libertades, o una seguridad democrática e inclusiva?

Que tres de cada cuatro adultos en el planeta puedan afirmar que se sienten seguros al caminar de noche debería recordarnos que la seguridad no es un privilegio, sino un derecho colectivo alcanzable, incluso en tiempos revueltos.

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